Caminar con Jesús, es la invitación que Dios nos hace cada día a través de su Palabra. La Palabra de Dios quiere iluminar nuestro camino y dar luz a todo lo que realizamos y vivimos. Nuestra vida está hecha de pequeños momentos que forman parte de un todo. A lo largo del día a día vivimos multitud de ellos, y estamos llamados a dejar que cobren todos un sentido, viviendo una unidad en nuestra persona, pero sobre todo en el espíritu que ponemos, en cómo lo afrontamos y dejamos que nuestra persona vaya encontrando poco a poco su lugar en el precioso proyecto de la Historia de la Salvación de la cual nosotros formamos parte como bautizados.
Así lo ha querido Jesús, y lo ha manifestado, desde que envió a los discípulos a bautizar «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20). Porque el plan de Dios continua, no sabemos cuando será el final de los tiempos, pero sí que estamos llamados a vivir y realizar cosas grandes en nuestras vidas poniendo en práctica el Evangelio. Servirnos mutuamente, entregarnos, dar la vida por los hermanos… son precisamente las actitudes que hemos de tener, para que nuestra experiencia de fe sea profunda y nos sintamos con la responsabilidad de tener que anunciarla y compartirla con quienes nos rodean. Jesús siempre está con nosotros, camina a nuestro lado y nos va hablando y sugiriendo en todo momento lo que tenemos que hacer. Se nos presentan momentos en los que tenemos que pararnos; prestar más atención a quienes nos rodean; mostrar la bondad que tenemos en nuestro corazón y que nos permite sacar todo lo que hay en nuestro interior para amar en el nombre del Señor; aprovechar cada oportunidad para servir y ayudar a quienes lo necesiten.
Jesús camina a nuestro lado, y tenemos que unidos a él. Es muy importante estar centrados en Él, no despistarnos ni desviar la atención a otras situaciones de nuestra vida que no nos impidan estar al cien por cien con Jesús. Porque nuestra alma pierde rápidamente el calor del Espíritu y luego nos cuesta demasiado volver a recuperarlo. Seguro que lo has podido sentir en tu vida, dejar que tu alma se enfríe, estar alejado de Dios y caer en la cuenta de que tu vida sin Dios no es la misma, porque cuando estabas cerca de Dios veías que todo en tu vida funcionaba mucho mejor. El mundo hace mella en nuestra vida de fe. Por eso nos dice el apóstol san Juan: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre» (1 Jn 2, 15). Una constante en la Palabra de Dios es advertirnos sobre la atención que prestamos a las cosas del mundo, porque son perjudiciales y nos matan el espíritu. El mundo es especialista en tentarnos, y el Demonio, que quiere hacer muy bien su trabajo, constantemente nos está provocando para que caigamos en la tentación y así debilitemos nuestro espíritu, seamos más vulnerables y al perder la Gracia de Dios que nos acerca a Dios, estemos indefensos y seamos carne de cañón para que él haga de las suyas.
Jesús camina a nuestro lado para que tengamos claro hasta dónde tenemos que llegar: coger nuestra cruz y seguirle hasta el Calvario para que también nosotros demos la vida. Entregar nuestra vida es el primer paso que tenemos que dar para entrar en la dinámica del discipulado. No hay seguimiento sino somos capaces de dejar las redes para seguir a Jesús, adentrándonos en la inmensa aventura del amor sin límites. Entonces seremos libres y aprenderemos rápido y de verdad cómo el amor de Cristo lo cambia todo. Deja que Cristo te ilumine y guíe, ámale con todas tus fuerzas para que el camino de fe no te canse, sino que te renueve el espíritu y puedas cantar siempre las maravillas que Dios ha hecho contigo.