Hoy es la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, encima de una borriquilla. Todos le aclamaban y le reconocían como el Hijo de David, el Mesías que tenía que venir, cantando y alabándole por todos los signos que había hecho a lo largo de su vida pública y que tanta admiración provocaba en quienes lo seguían, tocados en el corazón por sus palabras y obras. Esa entrada de Jesús en Jerusalén fue motivo de ilusión, alegría y gozo para muchos; la promesa hecha realidad y la admiración y orgullo que los discípulos sienten, viendo cómo toda la ciudad de Jerusalén sale a recibir al Maestro y a ellos detrás de Él.
Esa misma alegría de toda la muchedumbre es la que nosotros hoy, Domingo de Ramos, podemos mirar casi con envidia, en medio de este confinamiento y después de tantos días sin ver ni abrazar a los nuestros. Esa fiesta que todos estamos deseando también celebrar, para “despertarnos” de esta pesadilla que tantos hábitos ha cambiado en nosotros, y, poder recuperar de nuevo nuestras vidas y las actividades cotidianas que veníamos realizando. Esta es la alegría que deseamos tener en nuestro corazón y que no queremos que sea un sueño, sino una realidad. Está pasando: Jesús está entrando en Jerusalén. Y Jerusalén es tu corazón, su lugar preferido para quedarse y descansar, para hacerte ver el AMOR (en letras mayúsculas) tan grande que te tiene que le lleva a dar la vida por ti.
Solo Jesús, en medio de tanta aclamación, sabe el verdadero significado de su entrada triunfal, y todo lo que iba a realizar. Tiene ya esa sensación de que su sacrificio está cerca y que la hora se va aproximando. Esa oblación de su vida que es obra de la obediencia fiel que tiene al Padre. Enseñanza total que nos muestra a todos los que creemos en Él, para que seamos partícipes de su misión y tengamos el compromiso de fe que nos lleve a tener la misma actitud de servicio y disponibilidad que tuvo hasta el final.
Somos conscientes que perseverar en el esfuerzo y en el sacrificio cuesta. No queremos ser volátiles en nuestra espiritualidad ni parecernos tampoco a la muchedumbre, tan variable y fácil de manipular: primero le aclaman como Rey y Señor, para luego gritar despiadadamente que lo crucifiquen. Hemos de ir paso en paso, consumando el Evangelio en nuestra vida para que la Palabra del Señor se siga haciendo realidad y cumpliendo, como lo está haciendo Jesucristo en este Domingo de Ramos. «Todo se ha consumado» (Jn 20, 30), son las palabras de Cristo en la cruz; a su vez son una lección de vida. Un modelo a seguir que te llevará a un encuentro intenso y único en el mundo, porque no hay nada comparable ni tan grande como Dios. Es el momento de entrar con Jesús en Jerusalén y de ofrecerle por completo toda tu vida.
Cristo quiere llegar a lo más profundo de tu ser. Haz tuyas estas palabras y convierte tu existencia en esta única intención: Tener a Jesús en el centro y hacer todo lo posible para que no se vaya de tu lado. No dejes que nada ni nadie te seduzca, te embauque para recorrer otros caminos. Es el momento de unirte al Corazón de Jesús y formar, junto con Él, una unidad inseparable e indestructible. Así la humildad es lo que te hará grande porque «el que se humilla será ensalzado» (Mt 23, 12), y es esta actitud lo que convierte la Cruz en algo grande, a vivir y afrontar de la manera más inmediata posible. Por eso no pospongas decisiones ni actitudes en tu corazón. Deja que el encuentro sincero con Jesucristo sea el que te ayude a vivir con mayor radicalidad tu vida y el Evangelio sea la inspiración que tengas en cada momento, en cada encuentro.
Es Domingo de Ramos, la hora de la verdad, del paso definitivo. No dejes que esta pandemia y este tiempo apague tu fe, te encierre en ti mismo, te haga desandar todo el camino recorrido. Aprovecha esta Semana Santa para vivirla con intensidad y para que en ti se produzca ese cambio en la esperanza, la alegría, el amor, la ilusión, la fortaleza, la pasión por Dios, el servicio y la fidelidad. Porque en este Domingo de Ramos tan especial, Jesucristo quiere entrar en tu corazón para que tengas la certeza de que todo está en las manos del Padre y es Él quien te cuida y protege en todo momento. Hermano: Es Domingo de Ramos, Jesucristo quiere estar siempre en tu corazón. ¡Déjalo que entre para quedarse siempre!