Jesucristo es el único camino que nos conduce a la felicidad que no tiene fin. Todas las demás apariencias de felicidad que nos ofrece el mundo son perecederas. Seguramente que en lo profundo de tu corazón está el deseo de querer encontrarte con el Señor, de tenerle siempre presente, de no olvidarte nunca de Él, de dar testimonio a los demás de lo importante que es para ti, de actuar siempre en su nombre, movido y motivado por el amor que en ti ha suscitado. Jesús es el camino, ha dejado bien claras sus huellas para que le puedas seguir, bien señaladas e imborrables, porque Jesucristo está vivo. Por desgracia, son muchas las ocasiones en las que no vemos con claridad al Señor Jesús, no le reconocemos caminando a nuestro lado, como les ocurrió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 11-34), aunque ardían sus corazones. Nuestra mirada se enturbia y se cansa por los desencantos, agobios, sufrimientos… de la vida, que hacen que miremos a otro lado y que pasemos de largo, porque no nos damos cuenta de que el Señor nos está llamando y quiere que nos paremos a descansar en su corazón lleno de amor.
Cristo es transparente en lo que dice y hace. Nos lo dice en el evangelio: «Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Cristo se atreve a decirte que es y quiere ser tu modelo, tu Maestro. Él te lo propone día a día, porque sabe que si le entregas tu corazón serás capaz de experimentar y vivir las experiencias más maravillosas y auténticas de tu vida, pero para eso has de vivir fielmente todo lo que te dice y te propone. El camino no es fácil, más bien de renuncia, de abnegación, de servicio y humillación, visto siempre a los ojos de los hombres, pero no a los del Señor, que sabe precisamente que este es el camino verdadero. Una vez más Cristo nos descoloca, pues en esta lucha de contrarios, entre Él y el mundo tenemos que elegir: entre lo cómodo o sacrificado, la entrega o la indiferencia, la conversión o el pecado. El Amor de Dios no tiene límites, siempre está dispuesto a perdonarlo todo, pero necesitarás voluntad para cargar con la cruz. Es ineludible: «Si alguno quiere venir en pos de mi, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Para llegar a la felicidad verdadera es necesario pasar por la cruz; son momentos duros, que ninguno los quiere, pero sabemos que la vida está llena de sinsabores y dificultades. Esto no puede ser motivo de resignación, al contrario, ha de ser determinación por tu parte, para no rendirte ni sucumbir ante la prueba. Jesús ha venido para ayudarte y levantarte en las caídas. Así es como imitarás a Cristo con tus obras y no sólo de palabra, amándole con todo tu corazón y todo tu ser.
Es importante que te convenzas como creyente de la importancia de amar a Dios, para caminar siempre cerca de Él, pues muchas veces el no privarse de los caprichos, las comodidades, el orgullo, la soberbia, la vanidad…, hacen que te distancies y andes perdido, sin rumbo espiritual, sometido a la voluntad del mundo, en vez de a la de Dios. «Ancha es la puerta y espacioso que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos» (Mt 7, 13-14). Véncete a ti mismo, para llevar tu cruz con valentía y confianza plena en el Señor. El camino es estrecho y empinado, pero al final te espera el encuentro con Dios. Has de recorrer este camino por amor a Cristo, que es tu verdadera fortaleza, quien te sostiene en los momentos de debilidad. No arrojes la toalla ni te rindas. Tendrás muchas tentaciones y deseos de hacerlo, pero lo que te hará más auténtico, lo que te permitirá estar más cerca del Señor y sentir que merece la pena es tu perseverancia y fidelidad a Dios. Él te marca el camino con claridad, y necesariamente hay que morir en la cruz, para luego resucitar, ser un hombre nuevo y disfrutar de la presencia de Dios, que te permite ver con ojos distintos el mundo que te rodea. Jesús es el camino, no te quepa ninguna duda. Confía abiertamente en Él y sigue sus huellas con fidelidad, aunque no te guste lo que estés viviendo. Al subir a la montaña contemplarás todo lo que hay detrás, un mundo lleno de fe y de plenitud en el Señor.