La Pascua es el paso, de la muerte a la vida, del sepulcro a la Resurrección del Señor. Jesús ha muerto para darnos la salvación y enseñarnos el camino que debemos seguir para ir a su encuentro. En este tiempo de Cuaresma no solo nos preparamos para esta celebración tan gozosa, sino que también queremos vivirlo como el primer anuncio de lo que es la alegría, desear prepararnos para celebrar la Vida que el Señor Jesús nos da. Vivir en lo negativo, en la frustración, en la distancia con el Señor, es sumergirnos en la oscuridad, pudiendo elegir estar en luz que Dios nos quiere dar. Jesús quiere vivificarnos, y para eso quiere invitarnos a entregarnos a los demás, a vivir con pasión nuestra vida de fe, a compartir todo lo que tenemos, a poner a disposición de los demás nuestra propia vida… porque este es el espíritu de la Conversión, que nos ilumina y nos lanza a la verdadera felicidad.
No te pongas como penitencia el no criticar a nadie, ponte como programa de vida el ver las cosas positivas de los demás, porque así es como se transforman los corazones y mostramos actitudes que verdaderamente nos llevan a poner nuestra mirada en el Señor. Escucha a los demás, ponte en su lugar para saber cómo se sienten y cuáles son las razones que tienen para actuar, para que llegues a aceptarlos tal y como son, a pesar de las debilidades y flaquezas que puedan tener. Busca tiempo para ellos, en vez de dedicarlo a tu ocio, a tu descanso. Descansar en Dios y en la vivencia del Evangelio te llevará a ver que tu vida le pertenece al Señor y hace obras grandes contigo. Sentirás que el Señor te bendice y que tu vida merece la pena cuando la dedicas por completo a Él. Jesús nunca pensó en su tiempo ni en su descanso, siempre estuvo pendiente del otro. Deja que el Señor te llene con su gracia, disfruta de ella y no del sentimiento de culpa. Cuando te sientas mal, con remordimientos por algo que no hayas hecho bien, no dejes que pase el tiempo ni te pueda la vergüenza. Soluciónalo con prontitud y da los pasos necesarios para estar de nuevo en paz, y no dejarte llevar por la intranquilidad que nos generan los remordimientos y el ser conscientes de que nos hemos equivocado, ofendido o defraudado a alguien.
La Vida que el Señor pone delante de nosotros en esta Cuaresma es una bella oportunidad para crecer en nuestro proceso de fe, porque nos da la oportunidad de madurar y avanzar, de seguir dando pasos en la buena dirección del Evangelio y sobre todo el poner en práctica lo que el Señor Jesús nos pide: «Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio” que no he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9, 13). Nuestra norma de vida ha de ser el amor y la misericordia, que nos ayuden a superar nuestros prejuicios hacia los hermanos y sepamos perdonarlos de corazón, porque sabemos que el Señor Jesús ha venido a buscar a los pecadores y no a los justos (cf. Mc 2, 17). La máxima del Evangelio es el amor al hermano, siguiendo el ejemplo de Jesús en la Cruz, que nos enseña a dar la vida, perdonando a los demás. Aquí encontrarás la alegría en tu corazón, porque verás todo lo que el Señor está haciendo en tu vida, al permitirte vivir con mayor autenticidad, pues no lo haces para ti, sino para Él.
Si algo has de compartir con los que te rodean es tu experiencia del encuentro con Cristo. Un encuentro que te transforma y te cambia la vida para siempre, te hace vivir la plenitud del Evangelio y te ayuda a tomar conciencia de que cuando estás en Gracia de Dios, todo es posible conseguirlo, porque es el Señor quien va por delante de ti, y te permite vivir abandonado en sus manos, dejando que sea Él quien controle tu vida y te diga a cada momento lo que tienes que hacer. Esta es la alegría de la fe, la alegría de sentirte amado por Dios.