Siempre que te dejas, el Señor llega a tu corazón. Siempre te remueve y te saca de tus comodidades, de tu vida fácil y hecha, de la instalación en que la que te has afianzado para tenerlo todo bien controlado y seguro. Cuando el Señor entra en tu vida todo lo remueve y te ayuda a cambiar tu perspectiva, la manera de vivir y mirar la vida y a los que te rodean. El momento del encuentro es precioso, lleno de fuerza, de amor intenso que te desborda, incomparable con ningún sentimiento humano, pues todo lo supera. Déjate tocar por Dios que está esperándote para llenar tu vida de sentido. La conversión y el compromiso con el Señor nace de esta experiencia profunda de encuentro, necesaria para ir dando pasos en tu vida de fe, que te llevan a tomar direcciones distintas abandonándote en las manos del Padre Bueno. No le rehúyas al Señor. La tentación de no querer escuchar lo que te tiene que decir siempre va a estar presente, porque dejar a un lado las seguridades construidas y la vida fácil resulta una empresa difícil, pues exige un cambio de vida y poner toda tu persona en las manos de Dios, dejándote llevar donde Él quiera y no donde tú deseas. Pero merece la pena superar esta tentación, porque se abrirá ante ti un mundo lleno de sorpresas maravillosas que vienen de Dios. Irás descubriendo y viviendo momentos que llenarán tu vida de sentido y tomarás conciencia de todo lo que te espera al dejar que Dios sea tu guía y vaya por delante de ti.
Sé valiente y confía en el Señor. Que tu mirada esté siempre fija en Él, porque las situaciones de la vida que muchas veces se nos presentan nos superan y nos vemos desbordados. Hay respuestas que sólo Dios las puede contestar y no son ni inmediatas ni fáciles de comprender. Por eso tu seguridad tiene que estar siempre puesta en el Señor que es el Dios de la vida. Tu vida merece la pena porque es un regalo que Dios te ha hecho. Siéntete bendecido y afortunado al poder escuchar cómo el Señor te llama por tu nombre. Pararte a lo largo de tu jornada y dedicarle un tiempo al Señor es un don que el Señor te hace. Deja que el Señor siga actuando en ti y encuentres el sentido a todo lo que vives y te ocurre. Es una oportunidad única la que tienes cada día para llenar tu vida de Dios y así renovar todo lo que quiere que des a los demás. Que no pueda contigo la tentación de dedicarte más tiempo a ti mismo antes que a Dios, pues así serás más vulnerable a todo lo que el demonio quiere proponerte. Siempre a tu alrededor habrá situaciones que no te gusten y que te hablarán de egoísmo, de pensar en ti mismo, de no luchar nada más que por tus intereses… Escucha con atención, Dios te habla y te llama. Nunca deja de mirarte. Rompe con todos lo muros que puedas tener en tu corazón para que así sea más grande y Dios pueda entrar verdaderamente. No le cierres la puerta al Señor, se produce un vacío en el corazón del hombre que reconstruye los muros y la frialdad comienza a empequeñecer la fe y poner tierra de por medio con Dios.
Dios te debe de provocar. Si no sientes nada, si te quedas igual después de haber participado en la Eucaristía, o haberte confesado o haber orado, entonces tu fe está muerta. Has de reanimarla con todos los medios que el Señor ha puesto a tu alcance, para que redescubras la llamada que Dios te hace para que sirvas y te comprometas, viviendo así tu vocación cristiana entregado al Señor sin mirar los esfuerzos que realizas, sino amando y abriéndote al Espíritu que quiere llenarlo todo del amor del Padre Bueno. Deja que el Señor llegue a tu corazón y lo convierta, escuchándole atentamente, para que vivas unido a Él y no pierdas el deseo de amarle y querer estar en su presencia. La mejor provocación es la de Dios porque te ayudará a vivir un amor incondicional, entregándote en todo lo que haces y poniendo todo el sentido y las energías que tienes en servir con devoción a los que están delante de ti sabiendo que son tus hermanos a los que tienes que entregarte desde el servicio humilde y verdadero.