A todos nos encanta ver a los nuestros sonreír, siendo felices con lo que están haciendo. Disfrutamos mucho cuando los vemos así. Nos gusta encontrarnos con personas afables, que te escuchan con dulzura y delicadeza, que te sonríen al encontrarse contigo y te transmiten alegría, porque su corazón y su interior la desborda. Reír nos transmite positividad, un buen sentido del humor que nos hace mirar la vida con optimismo, dando a cada cosa lo que merece y no dramatizando, para así evitar caer en la tristeza y perder la alegría.
Si echamos una mirada a nuestro alrededor cuando vamos por la calle o en cualquier transporte público podemos ver muchos rostros serios, tristes y angustiados de muchas personas, que por sus problemas personales y estados de ánimo reflejan la dureza de su vida, sumergidos en una tristeza, angustia e impotencia, que los convierten en víctimas del dolor y del sufrimiento. Hay veces que cuesta sonreír, porque nos vemos superados por las circunstancias, pero no podemos perder la esperanza, para que con lucha y tesón superemos las dificultades. La solidaridad y el apoyo de los que caminan a nuestro lado es fundamental, para avanzar y poder recuperar esa sonrisa en nuestra vida que nos permita mirar con ilusión y nuevos ojos el futuro que nos aguarda. El optimismo y la confianza en uno mismo tiene la capacidad de hacernos cambiar y superarnos interiormente, incluso cuando nadie apuesta por nosotros.
Dios nos ha encomendado a cada uno una misión que hemos de realizar. Sabe de los talentos que nos ha regalado y de lo que podemos llegar a dar para hacer realidad el Reino de Dios. A cada uno nos va a pedir aquello que sabe que podemos dar. Supone un alto nivel de exigencia que nos permitirá dar un fruto auténtico, y cuando lo contemplemos lo haremos con una sonrisa al saber que tanto esfuerzo ha merecido la pena.
La sonrisa nace de la alegría interior que uno lleva dentro y que te permite sentirte realizado porque tu vida es verdadera en Dios. Dios siempre está sonriendo y a través de la Creación nos está mandando continuamente sonrisas, para que disfrutemos de lo que hacemos, especialmente de Él. Somos la obra maestra de Dios, porque nos ha hecho a su imagen y semejanza, para recibir esas caricias que nos llega a través de bendiciones y ráfagas de amor que continuamente recibimos.
Nos cuenta el libro de Nehemías cómo el pueblo tiene que prepararse para la fiesta de las Tiendas y así flexibilizar la distinción entre ricos y pobres, al vivir todos en cabañas conmemorando el paso por el desierto: «Id, comed buenos manjares y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; la alegría del Señor es vuestra fuerza! Así que el pueblo entero fue a comer y beber, a invitar a los demás y a celebrar una gran fiesta, porque habían comprendido lo que les habían enseñado» (Neh 8, 10,12). En la alegría del compartir y del entregarse es donde celebramos la vida; esto es lo que Dios quiere que hagamos, que compartamos nuestra vida y lo que tenemos con los demás, viviendo cada momento como una oportunidad que el Señor nos presenta para saborear lo que hacemos, viviéndolo intensamente y sintiéndonos realizados porque actuamos en el nombre del Señor. Así constatamos una vez más que «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20, 35). El mismo Jesús nos ha marcado el camino para que nunca dejemos de ver esa sonrisa de Dios cuando ve a cada uno de sus hijos descansando en Él y poniéndonos en sus manos. «Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16, 24). Cada vez que rezamos, que le pedimos a Dios con fe, que ponemos en práctica el Evangelio haciéndolo realidad en nuestra vida, Dios nos sonríe a cada uno. Porque dejamos que el Amor que Dios nos regala cuando le abrimos el corazón, lo derrochamos con los demás sin escatimarlo, y así cobra vida el Evangelio en nuestro entorno, porque somos instrumentos de Dios y estamos haciendo posible el plan que Dios tiene pensado para todos. Y al mirarnos, Dios sonríe, pues sabe que hemos encontrado el camino de la felicidad, que nace y termina en Él.