¡Lánzate!

Al empezar a estudiar teología nos explicaba un profesor en clase que la fe es un salto al vacío que tenemos que dar. A veces ese salto cuesta darlo porque mirar al vacío y solamente ves el abismo, el peligro, la inseguridad de ver que no te puedes apoyar en nada. Tus sentidos te aseguran en todo momento que es peligroso y que tu vida está en riesgo porque no hay nada tangible que puedes percibir y que te de certezas evidentes de que estarás a salvo. La fe se basa en confianza, en fiarse de Dios por encima de todo, sabiendo que en el momento en el que saltas, confiando plenamente en Él, te coge con sus manos y te lleva seguro a buen puerto. Entenderlo así a veces cuesta, porque el paso lo tiene que dar uno, y por muchos ánimos que te den los demás, por mucho que te cuenten razones para creer, para saltar, uno tiene que vencer sus propios miedos e inseguridades para dar ese paso tan pequeño, pero tan importante a la vez.

Lánzate sin ningún temor a las manos de Dios, que siempre va a estar dispuesto a recogerte y sugerirte el lugar al que tienes que caminar, siempre haciendo el bien y en perfecta sintonía con Él. Asume el riesgo que supone para tu vida el fiarte de Dios y tener confianza en Él. A veces parece que uno tiene mucho que perder al saltar, porque desconoce las consecuencias de este paso. Pero «que no tiemble vuestro corazón» (Jn 14, 1), porque el Señor está contigo, y quiere llenar tu vida de certezas que te harán sentirte más que seguro. Es complicado confiar ciegamente y tomar la decisión, pero bien es cierto, que en cuanto uno la toma y se lanza, todo cambia porque es el mismo Señor quien hace que todo salga bien y que seas feliz en todo momento en aquello que te has comprometido. En el camino de fe, son muchos los momentos en los que hay que fiarse de Dios y lanzarse nuevamente, porque así es la vida en Dios. Los compromisos que tomas te llevan a otros mayores, porque así es como se da la vida y como entendemos las vivencias de la fe, desde la opción libre de querer seguir o dar un paso atrás; si quieres llegar hasta el final, como Cristo en la Cruz, has de saber que el camino no es fácil, pero la recompensa que obtendrás será más de lo que puedas llegar a imaginar.

Y lanzarse merece la pena, como dice el apóstol san Pablo: «De este Evangelio fui constituido heraldo, apóstol y maestro. Esta es la razón por la que padezco tales cosas, pero no me avergüenzo, porque sé de quien me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día» (2 Tim 1, 11-12). Es el mismo Cristo quien nos hace discípulos para que compartamos nuestra fe. Compartir y entregarse a los demás, muchas veces nos lleva a sentirnos solos; a tener que lanzarnos para vencer nuestras comodidades; miedos personales a empezar una vida nueva; superar la vergüenza de tener que ponernos delante de los demás a dar razones de nuestra fe y contar nuestra propia experiencia de vida y nuestro testimonio del encuentro con Cristo; a sufrir la incomprensión y la censura de los que nos rodean… Sólo quien se encuentra de verdad con el Señor es capaz de lanzarse sin ningún temor porque su corazón ha dejado de temblar y ha experimentado la certeza de que el Señor le protege: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti. Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiará: su verdad es escudo y armadura» (Sal 91, 2-4).

Sigue mirando a Dios de frente con los ojos bien abiertos, caminando siempre hacia delante sin desfallecer, porque al lanzarte al vacío y ser recogido por el Señor, te inundará su sabiduría y actuarás siempre con prudencia, tomando las mejores decisiones para los demás y para ti. Y como consecuencia nunca te quedarás paralizado, estancado, agarrotado por el miedo y el temor; volarás llevado por el Espíritu, tu mejor guía, e irás dando esos pasos que te llevarán a una vida plena y feliz. Lánzate.