Lecciones de fe son las que a menudo me suelo llevar por parte de la gente con la que me voy encontrando desarrollando mi ministerio sacerdotal. Cuando recibo una lección de fe sólo puedo darle gracias al Señor porque se me hace presente de una manera muy clara, además de ser testigo de cómo el Señor actúa y ayuda a las personas. Es verdad que cuando el Señor Jesús dijo a los apóstoles: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20), no le faltaba razón, porque Dios siempre está a nuestro lado y nunca nos abandona. Y los que somos creyentes ante los varapalos de la vida, le sentimos muy cercano y nos da ayuda y consuelo.
Mi última lección de fe la recibí ayer. Unas personas que ante la injusticia de la vida y el sufrimiento que esto les ha provocado a ellos y a su familia, se agarran al Señor porque son conscientes de que es el único que les puede sacar adelante. Están convencidos de ello y son conscientes de que necesitan tiempo para dejar de sufrir, a pesar de que el dolor siempre continuará, porque las marcas y las huellas que la vida deja permanecen para siempre.
Las lecciones de fe me ayudan a constatar la presencia de Dios y cómo no nos abandona en ningún momento. Sólo puedo decir lo grande que es Dios y cómo encontrar el consuelo en Él es el mayor de los descansos, pues provoca en la interioridad de la persona una paz y una serenidad que sólo el Señor puede dar. Hay vivencias que por mucho que queramos los seres humanos se nos escapan. Aunque nuestro deseo sea dar y ofrecer lo mejor que tenemos a los demás, nunca podremos llegar donde Dios llega. No le podemos suplir, y tenemos que aprender a dejar que Dios sea el Señor de la vida y el que nos ayude a comprender, aceptar y asumir.
La fe nos lleva a creer profundamente en Dios, pues llegas a ser consciente de que todo lo que el Señor dice es verdad y siempre termina cumpliendo su promesa. Las verdades nos llevan a certezas de fe y sobre todo a constatar que lo que ocurre es porque el Señor así lo quiere. A veces hay situaciones que son difíciles de asumir y afrontar, pero la confianza en Dios la tenemos que vivir de tal manera, que no podemos dudar aunque las situaciones nos superen; pues la esperanza cristina es una continua llamada a confiar plenamente en Dios de una manera incondicional. Dios nos salva por la fe y ha querido que todos los que la tengan se puedan salvar.
Cuando Dios promete algo lo cumple, y esto es lo que pasa con sus promesas, aunque estemos más tiempo del previsto, Dios siempre termina ayudándonos a dar testimonio de todo lo que él ha hecho. Nuestra fe se perfecciona con nuestro buen hacer, con la buenas obras que hemos de realizar.
De ahí las lecciones de vida que cada uno puede llegar a dar a pesar de navegar y caminar contracorriente, pero manteniendo vivo el Espíritu Santo que nos toca e ilumina nuestro interior.
Gracias Señor por poner personas en mi camino que me dan lecciones de fe y me ayudan a seguir creyendo y esperando en ti.