Ante las dificultades con las que podamos encontrarnos a lo largo de nuestra vida y por muy complicadas que sean las circunstancias que vivamos, tenemos que comportarnos como servidores de Dios, que siempre está con nosotros y nos trata como verdaderos hijos suyos. Él no nos abandona, siempre está a nuestro lado, pendiente de nuestras necesidades y esperando para darnos a cada uno lo que más necesitamos. Es cuestión de fe, el poder llegar a esta experiencia vital, que nos permite afrontar cada adversidad con una esperanza única que nos sana. Dios siempre nos da trato de hijos, nunca se olvida de nosotros, nos mira con cariño y siempre nos está cuidando desde el cielo. Que esta certeza de fe sea siempre para ti un consuelo, pero sobre todo la seguridad que te hace sentirte en las buenas manos del Padre; en sus manos no has de temer porque te sentirás protegido y comprobarás como Él te da la paz, la serenidad y la confianza más absoluta en los momentos difíciles y cuando parece que todo está perdido.
Dios está en medio del mundo, no aislado; muy presente en la vida de las personas: familia, trabajo, preocupaciones, alegrías…, sin olvidarnos de la exigencia que tiene vivir el Evangelio con toda fidelidad, sabiendo que el pasar por la puerta estrecha supone renuncia, ascesis, sacrificio y entrega, incluso en aquello que no nos gustan. El camino de la fe lo desempeñamos en nuestro día a día, especialmente en las actitudes y actividades cotidianas que desempeñamos, sabiendo que al pasar la puerta estrecha nos encontramos en la presencia del Señor, saboreando la plenitud y dándonos cuenta de que ha merecido la pena recorrer el camino para llegar a la ansiada meta: estar con Dios. En el camino de la vida no podemos elegir lo que deseamos vivir y experimentar, tenemos que estar preparados para el dolor y la alegría, el sufrimiento personal y el de los hermanos, las certezas y las dudas, la generosidad y el egoísmo. Hemos de vivirlo todo en la presencia de Dios, dejándonos guiar por Él y estando dispuestos a saborear las gracias que el Señor nos da y las tentaciones que el demonio nos pone en el camino.
El desierto cuaresmal está a punto de concluir, ha llegado la hora de la verdad, de vivir la Pascua, dar el paso definitivo para ser hombres nuevos, de ponernos delante del Señor para que Él nos resucite y nos haga vivir una vida totalmente nueva, la vida del Espíritu. Pon tus talentos al servicio de los hermanos. Que tu instinto no te juegue una mala pasada, para que no estés constantemente mirando qué es lo que hacen los demás y lo que ellos comparten. Céntrate en ti mismo, en tu interioridad, en tu espíritu y en tu vida de fe, para que todo lo que realices sea sincero y lleno de sentido cristiano, desde el Evangelio. La tentación de mirar y compararte con los hermanos siempre la vas a tener presente. Muchas veces podrá invadirte el desánimo o el deseo de abandonar. No te dejes llevar por estas actitudes. Que tu vida de fe y tu encuentro con el Señor te ayude a entregarte y vivir desde la gratuidad tu propia vida, que es el mayor regalo que el Señor te ha dado. No te prives de Él y sobre todo no dejes que nada, ni siquiera tú mismo, te impida desarrollarlo cada día plenamente. Que ésta siempre sea tu meta: vivir cada día en plenitud. Dándolo todo.
Ten cuidado, el demonio siempre está al acecho, esperando y deseando que te olvides del Señor, para hacerse fuerte en tu corazón. Las seducciones del mundo y de la carne siempre van encaminadas a hacer fuerte en ti el hombre viejo, para que el hombre nuevo que Cristo quiere que seas, nunca sea una realidad en tu vida. No le des ese placer al mal. Utiliza tu oración personal para tapar cada uno de los agujeros que puedes tener en tu vida espiritual y así irás desechando tus debilidades, para tener un castillo fuerte donde no haya ninguna amenaza grande que te quite la paz y el gozo de estar con el Señor. Hoy es Sábado de Pasión, estamos a pocas horas de comenzar la Semana Santa, que el ruido de tu alrededor no ahogue el silencio de tu alma, para que sientas tu fe viva, llena de la fuerza de Cristo, que te ayuda a desprenderte del pecado, de los vicios y de los placeres terrenales y vivir cada día en Gracia de Dios, procurando conservarla siempre intacta, para que tu alma esté siempre llena del amor de Dios.