¡Cuántas veces dejamos pasar grandes oportunidades de cambio en nuestra vida! Necesitamos dar los pasos adecuados que nos ayuden a ser más y mejores creyentes. No podemos conformarnos con ir haciendo las cosas como buenamente podemos, sino que cada día ha de ser especial y distinto. Sabemos que el inmovilismo termina apagando nuestra sed de Dios, nuestra ilusión por vivir de una manera distinta; nos vuelve más criticones porque empezamos a mirar a los otros con recelo, buscando justificar nuestra falta de actitud y de inacción. Entrar en esta dinámica es apagar el espíritu y terminar rechazando a Dios en nuestro corazón, porque no provoca en nosotros ese ardor que debería sacarnos de la apatía y de la desidia interior en la que nos sumergimos, porque nos dejamos arrastras por situaciones y vivencias mucho más cómodas y apetecibles que el mundo de hoy nos ofrece.
Es tiempo de Adviento, tiempo de conversión. Dale un tiempo a tu vida para centrarte. Lo importante es preparar tu interior, tu espíritu, para poder acoger como se merece al Señor. Deja a un lado las celebraciones, las prisas, el resplandor de las luces navideñas, del ambiente que la sociedad crea en torno a la Navidad para fomentar el consumo y la fiesta lejos de Dios. Si celebramos la Navidad, es porque nace Jesús, y parece que se nos ha ido un poco la mano; estamos más liados con los preparativos, los regalos, las comidas o cenas de empresa, los villancicos que ya suenan en todos lados… que en aprovechar este tiempo de Adviento, para profundizar en nuestra vida cristiana y dar un verdadero salto profundo que nos ayude a poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida, en el centro de nuestra familia y en el centro de nuestra sociedad. Esto es lo significa lo que nos dice tanto el profeta Isaías, como Juan, el Bautista: «Preparad el camino del Señor» (Lc 3, 4). Tiene que ser ahora, en este mismo instante, no podemos demorar más nuestra conversión ni nuestra fidelidad al Señor, porque el Señor viene y hemos de estar preparados.
Sería muy bueno echar una mirada atrás, para ver cuántas veces en tu vida has dejado pasar a Dios de largo; has perdido ocasiones de estar más tiempo con Él. Lo creo profundamente, con Dios no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar, lo único que perdemos son ocasiones de estar mucho mejor de lo que nos encontramos, porque la vida de fe va por otros derroteros. Cuidar la vida de fe nos ayuda a afrontar los retos que nos plantea la vida, de una manera totalmente distinta, porque es Dios quien está detrás nuestra. Son necesarias dos actitudes: tomar conciencia y convencernos, por un lado, y por otro, hacer un gran acto de voluntad para mantenernos fieles en el camino de conversión iniciado. Necesitamos revisar y reconducir nuestra vida, para esto es necesario tomar conciencia de nuestra realidad, de los pasos que no hemos dado y de tantos propósitos y decisiones que se han quedado en el tintero de nuestra vida. Para después, con mucha voluntad mantenernos firmes en el camino de conversión, sabiendo rechazar tantas seducciones que a lo largo de este, se abalanzan sobre nosotros para que cambiemos de dirección y vayamos por otros derroteros distintos. Si no somos perseverantes ni fieles, nos vemos arrastrados por las corrientes del mundo a una deriva espiritual que nos provoca el distanciamiento de Dios y la frialdad espiritual. Lo peor nos puede pasar a los creyentes es la frialdad espiritual: que ni la Palabra de Dios, ni el Sagrario, ni la práctica de los sacramentos nos aporten ni digan nada.
No des pie a estas situaciones, para esto tenemos el Adviento, para recapacitar y abrir nuestro corazón para que Jesús habite en Él. No dejes pasar esta oportunidad. Aprovéchala para que tengas una experiencia maravillosa de Dios y la puedas compartir con quienes están a tu lado. Lo necesitan, aunque no te lo digan.