Constantemente experimentamos las dificultades del camino que se producen por multitud de circunstancias y de motivos. Muchos de ellos son ajenos a nosotros y otros, en cambio, sí que dependen de cada uno, ya que todo lo que realizamos tiene sus consecuencias. Siempre queremos y deseamos que las cosas nos salgan lo mejor posible porque ponemos todo lo que tenemos, e incluso, utilizamos todos los recursos que están a nuestro alcance, para lograr los objetivos propuestos. La vida siempre se encarga de ponerlo todo en su sitio; a veces nos encontramos con que nos salen a la primera, en otras ocasiones nos salen regular y en otras fatal. Nuestros ánimos e ilusiones, dependiendo del resultado, se verán afectados positiva o negativamente. Así se fraguan nuestros éxitos y nuestros fracasos. Hay veces que los ánimos de los que nos rodean nos consuelan y otras no. Dependiendo de la capacidad de encajar los varapalos de la vida, nos levantaremos con mayor o menor rapidez.
El mundo en el que vivimos ya se encarga de tener muy en cuenta los resultados y la productividad de nuestro tiempo y esfuerzo. Estamos en una sociedad donde el rendimiento se mira mucho y la gran mayoría trabaja y está sometida a una gran presión para cumplir los objetivos. Pero bien sabemos que no todos los ámbitos de la vida entienden de productividad. Y concretamente desde la vivencia de nuestra fe no podemos vivir desde estos términos, pues Dios no entiende de corrientes económicas ni de productividad, sino de amar y compartir todo lo que uno tiene y es. Y entregarnos a los demás con lo que somos y tenemos. Bien es cierto que la opción por la fe es una opción personal y familiar, y si lo vivimos con autenticidad son muchos los ámbitos a los que podemos llegar. Y esto es precisamente lo que el Señor quiere, que cada uno saquemos todo lo que hay dentro y podamos hacer ver a los demás cómo nos sentimos y cuál es nuestra posición.
Dios quiere darnos su Espíritu en nuestras actividades cotidianas, para que todo lo que hagamos sea desde su presencia, siendo instrumentos suyos. Cada vez que nosotros emprendemos un proyecto en su nombre, Él siempre mira para que lo que hagamos sea factible y tenga éxito. Dios nunca nos va a abandonar cuando nosotros nos comprometemos con Él. Que nunca temas a lo que la Palabra de Dios te puede atraer. Porque los frutos y los éxitos vendrán por si solos. Él te los pondrá delante para que no desfallezcas y así no entres en el desánimo. Y cuando obtienes la recompensa por lo que has hecho por Él, eres consciente de que ha merecido la pena. Estos son los caramelos del Señor ,que pone en nuestras vidas para que sigamos adelante, perseverando a pesar de que en ocasiones los frutos nos lleguen a parecer pocos.
Así lo dice el apóstol san Pablo: «Dios pagará a cada uno según sus obras: vida eterna a quienes, perseverando en el bien, buscan gloria, honor e incorrupción; ira y cólera a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia» (Rom 2, 6-8). Todo lo que hacemos en el nombre del Señor tiene su recompensa, pues para Él nada pasa desapercibido. Persevera en el bien, aunque te quedes solo. Que nada te impida dar siempre lo mejor que tienes en tu corazón, porque el Señor siempre te irá regalando sus “caramelos” para que no te rindas, para que sigas perseverando hasta el final, dándolo todo y sirviendo con amor a los hermanos. Esta es la clave del compromiso y de la entrega: servir con amor, al estilo de Jesús, sin esperar nada a cambio. Y constatas que en la vivencia de la fe todo esfuerzo tiene su recompensa, porque es el Señor quien se encarga de que todo, y no has de temer.
Da gracias a Dios por tantos “caramelos” que te ha puesto en tu vida para que sigas caminando y no te rindas. Quien confía en el Señor nunca se siente defraudado. Estos son los caramelos del Señor.