A menudo solemos encontrarnos en situaciones en las que ninguno nos atrevemos a llamar las cosas por su nombre, para no quedar mal con nadie, para no señalarnos en ningún momento y para no tener que pasar el mal trago de decirle a alguien la verdad, que no es plato de buen gusto y que nunca es cómoda, ya que puede provocar en desagradable desencuentro. Estas situaciones pospuestas en el tiempo van creando un clima enrarecido y de incomodidad entre las personas, que es fácil de atajar si tomáramos el compromiso de llamar a las cosas por su nombre y decir lo que pensamos con sinceridad, desde la prudencia y la caridad fraterna.
“Poner los puntos sobre las íes”, como solemos expresar, significa hablar claro y no divagar en la especulación. Hemos de concretar rápidamente las soluciones para atajar cuanto antes los problemas, que muchas veces nos paralizan por el miedo o por ese respeto humano que nos impide decir las cosas a la cara para no quedar mal con nadie; en cambio no mostramos ningún pudor en criticar y juzgar a los demás por detrás diciendo lo que pensamos tranquilamente, con la tranquilidad de que el interesado no nos escucha. No podemos contribuir a que se sigan dando estas situaciones en nuestra vida y en nuestro entorno. Debemos tomar siempre partido por lo que es justo, verdadero y correcto. Tengamos siempre la inquietud por resolver y aclarar las cosas, igual que tenemos siempre deseos de saber y conocer cuando nos mueve el morbo. No podemos ser ambiguos en nuestros comportamientos, pues desde nuestra madurez personal debemos manifestar nuestra integridad en las decisiones que tomamos, en los comportamientos que tenemos y en los juicios que realizamos. Hay veces que nos escudamos en los demás y esperamos que sea “el de siempre” quien de el primer paso y diga las cosas, rompiendo ese tupido velo entre la verdad y el quedar bien.
Como creyentes hemos de ser fieles a la verdad y tenemos que poner en práctica la corrección fraterna: «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano» (Mt 18, 15-17). Creo que la gran mayoría de las veces hacemos justo lo contrario a lo que nos dice Jesús, comenzamos hablando con los demás sobre alguien, juzgándole y criticándole, antes de hablar con él personalmente. En este sentido Jesús es bastante claro, pues hace toda una pedagogía de la caridad. Si de verdad las personas nos importan primero hemos de hablar con el interesado a solas, personalmente, con mucho amor y caridad; si no hay reacción se cogen dos o tres testigos, y por último la comunidad. Así es como podremos hablar con libertad y sobre todo ir siempre con la verdad por delante y de frente a las personas. Hay muchas personas acostumbradas a mandar a otras a decir sus cosas, antes que ir ellas, y ese no es el camino. El camino es practicar la misericordia llevando al otro a la verdad.
Por eso déjate llenar por el amor de Dios para que tu vida sea auténtica. Quien es auténtico y vive en la presencia de Dios, nunca tendrá problema en ir al hermano y hablarle con cariño, con respeto, buscando siempre la mejor manera de servirle. Inspírate en el amor para que puedas actuar siempre movido por él. Y es que Jesús no se cansa de hablar del amor fraterno para que también lo repitas siempre en tu vida con los demás. Porque desde el amor es como construyes y haces realidad el Evangelio. Al compartir la fe y sentirte identificado con los ideales evangélicos tu corazón se sentirá unido al de los hermanos por el mismo proyecto de vida de Jesucristo. Y al dejarte guiar por el Espíritu Santo irás de su mano a lo profundo del otro, a su corazón, a sus creencias y a sus compromisos. Y el Dios del amor hará que los testimonios de vida se vayan compenetrando de tal manera que Cristo sea el nexo de unión que hace que seamos luz para los demás. Confía en el Señor y déjate llevar por su amor que hace que tu corazón se mantenga firme y no tiemble.