Tenemos cincuenta días, desde el Domingo de Resurrección hasta Pentecostés, para celebrar que el Señor Jesús está vivo y resucitado. La Pascua es un tiempo de alegría, en el que se tiene que se nos tiene que notar a los cristianos, que estamos alegres por celebrar la Resurrección de Cristo y porque está vivo a nuestro lado, caminando con nosotros, dándonos fuerza y sentido a todo lo que vivimos y realizamos. La Pascua es un paso, y muchos son los pasos que cada uno debemos de seguir dando para avanzar por el camino de la vida, hacia el encuentro con Dios, superando nuestros desiertos particulares, como el pueblo de Israel; atravesando nuestro mar Rojo, con hermosas experiencias de liberación que nos impulsan a una vida nueva; desprendiéndonos de las ataduras que nos impiden avanzar con paso firme y seguro, y de la incredulidad que hace que dudemos y nos estanquemos en nuestra vida de fe, dejando a Dios de lado y ocupándonos más de las cosas del mundo que de las suyas.
Este tiempo de Pascua nos lleva a la alegría de la salvación, porque Cristo nos abre la puerta del sepulcro para que pasemos a la vida nueva, a la vida en Dios. Haz que sigan resonando en tu corazón y en tu alma los ecos del anuncio de los ángeles a las mujeres, diciéndoles que no estaba muerto, que había resucitado; y el de las apariciones de Jesús a los discípulos diciéndoles: “Paz a vosotros” y llenando sus corazones de alegría al verle vivo y entre ellos. Así es como está Jesús, hoy también entre nosotros: vivo, resucitado y presente en cada Eucaristía que compartimos y en cada visita que le hacemos en el Sagrario. Son experiencias espirituales profundas que no podemos desaprovechar, ni dejar que se nos vayan escapando, para acrecentar nuestra fe y confianza en Dios. No dejes que Dios pase de largo en tu vida, no te inventes excusas para eludir el encuentro con Cristo. Dios no puede ser incómodo ni aburrido en tu vida. Ha de ser la sal y la luz que le dé sentido (cf Mt 5, 13-16), para que allá donde te encuentres puedas irradiar el gozo de transmitir y compartir todo lo que Él te aporta, que seguro que es mucho.
Es verdad que no somos como los apóstoles, que lo vieron y tocaron con sus propios ojos y manos; pero como dice el mismo Jesús: «Dichosos los que creen sin haber visto» (Jn 20, 29). Por eso, desde el principio, Jesús no se manifiesta resucitado, sino que da signos de su Resurrección: una tumba vacía y ángeles que lo proclaman vivo, para después hacerse presente y transformar la tristeza en alegría, necesaria para poder comer y beber de nuevo con Él. La respuesta necesaria que tenemos que dar en este tiempo de Pascua es la de la fe. La fe del discípulo que está enamorado de Jesucristo, aunque no lo haya visto con sus ojos. Queremos ser en primera instancia como Pedro y Juan. Que fueron al sepulcro, y viendo los signos creyeron (cf Jn 20, 1-9). Nosotros tampoco hemos visto las vendas caídas ni el sepulcro vacío, y creemos en la Resurrección. Reconocemos la presencia de Cristo vivo y resucitado en la Eucaristía, donde se hace presente con su Cuerpo y con su Sangre, y tenemos esa experiencia profunda de encuentro con Él, que tanto bien le hace a nuestra alma. Y el signo por el que nosotros reconocemos a Cristo vivo, es la misma Iglesia, que nos anuncia la Buena Noticia y nos ayuda a encontrar multitud de signos de la presencia del Señor Resucitado en nuestro mundo, en nuestros entornos.
En este tiempo de Pascua, celebra cada día la alegría de encontrarte con Dios, que camina contigo, que te llena de tu amor y que quiere ayudarte a que sigas dando pasos de fe que te permitan estar cada día más cerca de Él. Alaba y bendice al Señor por las grandezas que cada día realiza en tu vida, signos inequívocos de que Cristo ha resucitado y camina contigo.