Los tiempos de Dios son perfectos, aunque es cierto que a veces nos cuesta trabajo comprender, aceptar y afrontar lo que nos va poniendo en el camino y que tanta dificultad nos provoca y supone. Aceptar lo que nos pasa lleva su tiempo y cuesta su trabajo. Confiar en Dios es lo que tenemos que poner en práctica los creyentes, aunque hay veces que nos resistimos por la revolución interior tan importante que tenemos. Todo lleva su proceso y cómo no, su tiempo.
Los hombres medimos el tiempo con calendarios y relojes; nuestra vida está llena de lapsos de tiempo (en griego “Cronos”) con el que nos organizamos y vivimos, pero el tiempo de Dios no se mide así; su tiempo es “Kairos” (en griego), y significa tiempo oportuno, favorable o momento preciso y señalado.
«Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo» (Ecl 3, 1). La intervención de Dios en la historia del hombre se hace en nuestro tiempo terrenal; es en el momento señalado por Dios y siempre es en su tiempo oportuno. Por este motivo no podemos tener prisas en nuestra oración personal cuando a Dios le pedimos y rogamos; no es que Dios esté ocupado en otras cosas, solucionando otros problemas o necesidades de otros hombres. Si algo hemos de comprender es que el Señor lo controla todo y el amor que nos tiene y regala cada día es para llenar nuestro corazón, a pesar de que se sienta vacío, desconsolado o revuelto. Sabemos de la volatilidad de nuestros sentimientos, y precisamente Dios no se deja llevar por los sentimientos ni las prisas humanas.
El tiempo de Dios no depende de necesidades, bien sean inmediatas o a largo plazo, porque «comprobé la tarea que Dios ha encomendado a los hombres para que se ocupen de ella: todo lo hizo bueno a su tiempo, y les proporcionó el sentido del tiempo, pero el hombre no puede llegar a comprender la obra que hizo Dios, de principio a fin» (Ecl 3, 10-11). Dios siempre ha estado, antes que nosotros y estará, después de nosotros. Esperar el tiempo de Dios es difícil de asumir, especialmente cuando estamos en necesidad. Nuestras limitaciones y pobrezas nos impiden comprender a Dios, por eso la necesidad que tenemos de la fe nos ayuda a confiar, a llenar nuestra vida de paciencia y a saber esperar sus tiempos que siempre son perfectos.
Jesús nos llena de su presencia y fortaleza para que podamos vivir estos momentos. Nunca se desentiende ni está en silencio, aunque a nosotros nos parezca que sí. Siempre nos escucha, aunque nosotros lo llamemos y no obtengamos la respuesta inmediata que deseamos y tanto nos gustaría. Recuerda que a mayor confianza en Dios mayor capacidad de esperar vamos a tener y más facilidad para poder acercarnos a su Palabra, encontrando en ella la respuesta que necesitamos para nuestra vida.
Tomar conciencia de nuestras limitaciones y pobrezas, darnos cuenta de la inmensidad de Dios y de nuestra vulnerabilidad nos ayudará a saber encomendarnos a Él y a no dudar en ningún momento, porque el Señor que es bueno, nos ama como hijos y nos provee de cuanto necesitamos porque está esperando el tiempo oportuno para intervenir en nuestra vida. La cuestión no es decir que el Señor no me escucha cuando lo necesito, sino más bien si mi alma está preparada para recibir la ayuda de Dios. Es necesario que tu fe madure, crezca y profundice en la inmensidad del Señor, para que en el encuentro personal con Dios en tu tiempo coincida con el tiempo oportuno suyo, porque a lo largo de tu vida has ido cimentando tu fe sobre la roca adecuada que te ayudará siempre a mirar al cielo con esperanza y confianza cuando la tempestad arrecie sobre tu vida.
Decir, con todo lo que eso implica, en un momento difícil y de sufrimiento que los tiempos de Dios son perfectos es un regalo que sólo el Señor concede. Doy gracias a Dios por ser testigo de ello y por haberlo podido constatar en mi vida. ¡Gracias Señor!