Cuando Jesús está proclamando las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 1-12) nos está dando a conocer un estilo de vida muy concreto y determinado, el camino de la felicidad que necesita de una serie de actitudes concretas. Hoy vamos a centrarnos en una en especial: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5, 4).Los mansos son aquellas personas que tienen un espíritu afable, apacible, dócil, suave… capaces de dominarse ante los impulsos que nos salen en las situaciones tensas y que acogen a Dios a través del Espíritu Santo. La persona que es mansa se deja guiar por el Espíritu Santo para tratar con misericordia a los demás, dejando que sea Dios quien habite en su corazón, dando de lado así a las discusiones, los enfrentamientos y el abuso que se pueda tener hacia el otro.
La mansedumbre nos puede resultar fácil de entender, pero difícil de poner en práctica. Si queremos heredar la vida eterna hemos de vivir de una manera muy especial nuestra relación con Dios. Jesús nos enseña en el Evangelio que quien espera en el Señor al final alcanza lo que desea y le pide con fe. Nuestro deseo no está en alcanzar bienes materiales, sino los bienes espirituales que nos reporta nuestra vida de fe y que enriquecen nuestra vida espiritual. Dios se vuelca con nosotros cuando le abrimos nuestro corazón. Ese amor que recibimos de Dios lo tenemos que compartir con los demás; quien tiene un corazón manso es capaz de amar y cuidar a los demás, ayudándoles a no caer en ningún peligro y convirtiendo el Evangelio de Cristo en el libro de instrucciones para vivir y ser la persona más feliz del mundo.
Quien es manso tiene una fuerte vida de ascesis, pues es capaz de desprenderse de todo lo que destruye la fe: de todos los vicios, tentaciones y defectos que nos alejan de Dios. Somos conscientes de lo importante que es la vida de ascesis, pero lo importante es cuidar y cultivar nuestra propia espiritualidad, porque esta nos ayudará a irradiar a Dios con nuestra forma de vida cotidiana, sabiendo que hemos de tener a Dios siempre presente. Así seremos más fuertes ante las tentaciones y las contrariedades de la vida que nos quitan la paz. Quien es manso es capaz de renunciar a todo tipo de violencia, no la física, sino la verbal, la del juicio, la crítica… porque eres capaz de batallar desde la paz y la serenidad para cambiar el mundo en el que vivimos.
Jesús también lo dice en el Evangelio: «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mi, que soy manso y humilde corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas» (Mt 11, 29). Aceptar la cruz y no rebelarnos contra ella, ni contra las situaciones que nos provocan angustia y sufrimiento nos tienen que llevar a realizar ese acto de fe como hizo Jesús en Getsemaní: «Padre, que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42), para ponernos en la manos de Dios y afrontar las dificultades y el camino de la cruz sin dudar y siendo conscientes de que Dios no nos abandona, sino que está siempre a nuestro lado. Así nuestra alma descansará como dice Jesús.
Todos queremos encontrar el descanso de nuestra alma, especialmente cuando nos sentimos estresados y agobiados por las personas y las situaciones. Necesitamos estar solos, pero con Dios para que nos serene y nos de la paz y la calma que necesitamos. Así es como podemos iniciarnos en la mansedumbre: dejándonos guiar por el Espíritu de Dios que siempre nos va a dar lo que más nos conviene, aunque nosotros no lo entendamos. Así es como actúa la Providencia en nuestra vida, dejando que Dios nos vaya poniendo todo por delante, porque es Él quien controla nuestra vida y nuestros ritmos. Seguro que has tenido experiencias así de Dios en tu vida de fe. Abandónate en sus manos y pídele ese corazón manso capaz de dejarte guiar por Él sin cuestionarle nada.