Desde que estoy yendo de confesor al Santuario de Lourdes he podido comprobar de primera mano que es un trocito de cielo en medio de nuestro mundo. Allí se siente algo especial, indescriptible, donde te quedas sin palabras, conmovido por lo que tus ojos contemplan, la sencillez de una gruta, la belleza de la Virgen María, la devoción y la fe de tantos enfermos y peregrinos que acuden a los pies de nuestra Señora para poner sus vidas en sus manos. En la gruta de Massabielle quiso aparecerse la Virgen a una humilde pastora. Le transmitió un mensaje claro: “Penitencia, penitencia, penitencia. Yo soy la Inmaculada Concepción. Di a los sacerdotes que construyan una capilla aquí y que vengan en procesión”. Así se ha convertido en un lugar de peregrinación, donde nadie queda indiferente y sobre todo donde el Señor toca el corazón.
Gracias a Dios he podido comprobar en primera persona y muchas veces, cómo el Señor libera, toca el corazón y la fe de muchísimos peregrinos. A muchos les he dicho en el confesionario que Lourdes es un oasis en medio del desierto de la vida, y así lo creo profundamente. He sido testigo, desde mi experiencia de confesionario, de cómo el Señor actúa en la vida de quien acude a Él con el deseo de ser perdonado. El Señor hace grandes maravillas en la vida de muchos peregrinos que se han ido de Lourdes tocados en su fe y renovados en su esperanza de ser mejores cristianos. Algo que todos sabemos de sobra, pues es difícil mantener cuando nos sumergimos en nuestros ajetreados ritmos de vida.
Doy fe de cómo la Eucaristía y la comunión renuevan la fe y dan fuerzas, esperanzas y ánimos a quienes la reciben después de haberse confesado. Es una experiencia maravillosa que estamos llamados a vivir en primera persona.
Muchos rincones tiene Lourdes, y en cada uno de ellos un altar para celebrar la Eucaristía y encontrarnos cara a cara con Jesucristo que ha dado la vida por nosotros. “A Jesús por María”, reza el altar de la Basílica del Rosario en el Santuario, y cuánta razón lleva. María nos señala a Jesucristo al pie de la Cruz ofreciendo su vida; Jesús nos la deja como Madre y nosotros le pedimos a ella que nos ayude e interceda por nosotros, ¿cómo se va a negar Jesús a lo que le pida su Madre?
Cada año soy testigo de la multitud de voluntarios que acuden a servir a través de la Hospitalidad de Nuestra Señora de Lourdes; personas que necesitan de ese imán que es la Virgen María y que los lleva a servir y entregar su tiempo a la Madre y a los demás, especialmente a los enfermos. Muchas horas de pie, muchas caminatas para ayudar también a que los peregrinos se puedan encontrar con la Madre, mucha fuerza y ternura empleada en bañar a las personas que acuden a las piscinas con el deseo de renovarse y de curarse, en el cuerpo y en el alma; escuchando el dolor y el sufrimiento de las personas, y acariciando cada rostro con su sonrisa. Siempre he pensado que qué sería de Lourdes sin los hospitalarios y mi conclusión es clara: Todos unidos para alabar y bendecir a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo a través de María.
Doy gracias a Dios porque he podido conocer a grandísimas personas de distintas partes del mundo, especialmente de España, que llevan a Nuestra Señora de Lourdes en su corazón, y que, al hablar de Ella, sus ojos se iluminan y brillan de una manera especial, su mirada cambia porque al mencionar a la Madre, en un instante, fluyen multitud de experiencias vividas y compartidas con enfermos, peregrinos, familiares, amigos… que llegan a lo más profundo del corazón. Y es que Dios toca el corazón en Lourdes, porque está fuertemente presente. Basta con estar un poco atento para constatar que Lourdes es uno de esos trocitos de cielo que tenemos en la Tierra. Hasta el agua del río pasa en silencio por la gruta para no perturbar el silencio al contemplar a la Madre que nos mira con dulzura y nos dice lo mucho que nos ama.
Y como no, hermoso y precioso es también el voluntariado y la misión de los seminaristas y sacerdotes que intentamos ayudar y acercar a los creyentes, desde la celebración de los Sacramentos, Oraciones, Viacrucis y Rosario, al Señor y a la Virgen María. Soy testigo de cómo el Señor reconforta en el dolor y en el sufrimiento; como ante la enfermedad y la proximidad de la muerte, el Señor se convierte en refugio y fuente de paz y esperanza. Cómo Dios transforma la vida de las personas librándolas de pesadas cargas de pecados, que, al recibir la absolución, se levantan y caminan de otra manera totalmente distinta, porque Dios les ha liberado, les ha perdonado. Soy testigo también de la fuerza de la Eucaristía y de cómo se saborea la presencia del Señor al comulgar y al alabarlo y bendecirlo en el Santísimo Sacramento. Jesucristo es alimento y fuente de vida.
Gracias Jesús, gracias María por permitirme vivir en Lourdes intensos y bellos momentos de fe que me ayudan a seguir adelante, a aumentar mi fe y a seguir entregándola cada día en la misión que el Señor me ha encomendado al servicio de la comunidad, en la Iglesia.
Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros.