No te importe fracasar, sigue intentándolo hasta que lo consigas. Hay veces que el cansancio o esa sensación de fracaso se puede hacer muy fuerte en tu vida y te hará abandonar quedándote resignado, abatido, desolado o enfadado contigo mismo o con tu entorno, porque no ha sido posible. Ten por seguro que el fracaso es parte de la vida y de nuestra condición, entre otras cosas porque somos limitados y no podemos con todo, por mucho que queramos.
Nuestra realidad es la vulnerabilidad; para ello es importante aceptarnos tal como somos, siendo conscientes de que necesitamos pedir ayuda, aunque suponga tener que tragarnos nuestro orgullo o mostrar nuestra debilidad a los demás. No te preocupes por esto. Hay veces que no entendemos cómo se va desarrollando nuestra propia historia, como le ocurrió a Abraham con su gran pena de no tener descendencia, y el Señor le dijo: «Yo soy tu escudo, y tu paga será abundante» (Gn 15,1). A pesar de su dolor se había fiado del Señor porque lo tenía desde siempre muy presente. Lo que para él era un fracaso, Dios lo transformó en un triunfo porque se había puesto en camino, siendo obediente, con un corazón sencillo y auténtico.
¿Y qué le dijo Dios?: «Mira al cielo» (Gn 15, 5). Mirar al cielo expresa confianza y saber que no vas a quedar defraudado; es creer en la capacidad que Dios tiene para actuar y hacer realidad lo que parece imposible: «Cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Así será tu descendencia» (Gn 15, 5); es dejar que el Señor escriba tu futuro desde tu propia fragilidad y fracaso, con los pies de tu vulnerabilidad y el orgullo roto reconociendo tu propia debilidad, sin ninguna fantasía, nada más que con el duro choque de tu propia realidad.
«Y Abraham creyó al Señor y se le contó como justicia» (Gn 15, 6). Es el momento de creer, de que la Palabra de Dios resuene con fuerza en tu alma y puedas escuchar nítidamente lo que te quiere decir. Así mirar al cielo tendrá un sentido mucho más profundo porque lo convertirás en un acto de fe, sabiendo que todo depende de Él y que tus fuerzas harán su misión cuando dejes que empuje desde tu corazón y tu alma. Y la gracia del Señor se derramó en Abraham de una manera incontestable, haciendo realidad el anhelo más profundo de su vida…, la espera había merecido la pena. Tantos momentos de sufrimiento, desazón, desesperanza y abatimiento habían cobrado su verdadero sentido al ver cómo su misericordia se estaba derramando de tal manera que se sentía bendecido y tocado por Él.
Dios es capaz de dar vida al desierto, de confiar en el que le niega (basta con mirar a Pedro), de dar vida al que ha muerto, porque es lo frágil, lo débil lo que Jesús convierte en triunfo. Los momentos pasajeros, los deseos que te asaltan… no dejan de ser como los flashes instantáneos que te deslumbran y te impiden ver el horizonte que tienes delante de ti, tan prometedor y atrayente; es importante mantener la calma, esperando el momento adecuado, sin dejarte llevar por la inmediatez del momento. No quieras brillar más que el Señor, no te conviertas en ese “Adán” que prefirió dejarse engañar por la intriga de lo prohibido y rechazó la quietud del Edén; al contrario, da paso a Jesús para que vaya por delante de ti marcando el paso y las huellas que has de seguir.
Y mirar al cielo se convertirá en seguir las huellas de Cristo con fidelidad y determinación, para que tu llama de amor se reavive y brille con fuerza. Es tu nuevo amanecer, porque ante la belleza del sol naciente y el nuevo color del cielo que transforma la noche, estás llamado a descubrir la maravilla que trae el horizonte: ese límite entre el cielo y la tierra, lo humano y lo divino, tu cuerpo y tu alma que es donde el Señor se hace presente para que seas expresión de su amor y lo puedas ofrecer y compartir con todos los que están a tu lado.
¿Qué ves cuando miras al cielo? ¿Cómo lo podrías describir? ¿Qué emociones te provoca? Amar es vivir, vivir es compartir. ¿Amas? ¿Vives? ¿Compartes?