Cuántas veces hemos etiquetado a una persona por la primera impresión que nos hemos llevado de ella. Cuántas veces hemos hablado de esa persona juzgando por esa primera toma de contacto que hemos tenido. Sabemos que sobra que los prejuicios no son buenos, porque condicionan nuestra manera de relacionarnos. Por eso es bueno tener una mirada limpia y pura, cuanto más mejor. En este ámbito sí que tenemos que ser generosos a la hora de mirar bien a los demás para que todo lo que salga de nuestro interior sea bueno y constructivo. Dejarse llevar es lo más fácil. Entrar en una dinámica destructiva significa abrir un gran canal de acción al mal en nuestra vida, entre otras cosas porque sin darnos cuenta estamos dejando que nuestro corazón se endurezca por los malos sentimientos hacia los otros que cada vez nos hacen más injustos en nuestra manera de mirar y por supuesto de tratar.
Es necesario cambiar nuestra mirada y aprender cada día a mirar como Jesús lo hacía. Sin juzgar, buscando lo bueno que cada uno tenía dentro, transmitiendo el amor que Dios nos tiene y produciendo un cambio radical de vida en quien así lo experimenta; haciéndote sentir seguro porque sabes que estás en las mejores manos, las que nunca fallan; dejándote escrutar y penetrar hasta lo más profundo de tu alma, porque a Jesús no le podemos poner límites por mucho que queramos; esa mirada sanadora que desde el primer momento sabe lo que necesitas y Él te lo da lleno de amor y de fe.
Por eso es importante tu mirada: La mirada que sale de ti hacia fuera y que es capaz de mostrar tus sentimientos, el amor que tienes por los demás, el grado de compromiso cristiano que tienes desde tu opción de fe, la fuerza y el convencimiento con la que transmites lo que crees y vives, la ilusión con la que te brilla tu mirada y que es capaz de contagiar a quien tienes enfrente, la capacidad de contemplar y poder hacer realidad el amor de Dios. Y tu mirada interior, que te hace tomar conciencia de lo que te rodea y deja que tu corazón se despierte, la que te llena de esperanza para seguir caminando y avanzando ante las piedras que te encuentras en el camino, la que te conmueve las entrañas y llena tu alma de misericordia para no ser demasiado duro contigo mismo ni con los demás.
Pídele a Jesús su misma mirada, para que destierres los prejuicios y las críticas, los reproches y rencores, la soberbia y el orgullo. Querer mirar como Jesús conlleva estar dispuesto a dejar que transforme tu corazón con todas las consecuencias y estar así abierto a lo que el Espíritu te sugiera. No pretendas que sea Jesús quien mire con tu mirada, ese es el camino equivocado; cuando juzgamos a los demás y somos injustos con ellos estamos actuando así. Jesús siempre escuchaba y dejaba que hablase el corazón. Ese es el movimiento que has de intentar interiorizar para que salga de forma natural y lo conviertas en parte de ti: Mirar y abrir el corazón. Que ambas actitudes vayan siempre juntas de la mano en tu caminar para que así el Señor Jesús pueda seguir ayudándote a mirar como Él y a hacer siempre el bien. Jesús te mira en este momento. No te olvides de mirar a los demás y de mirarte, y siempre con amor.
Dame, Jesús, tu mirada de amor y misericordia.
Que tenga entrañas de misericordia para tratar a todos con delicadeza.
Ayúdame a no juzgar y a saber perdonar las ofensas que me hagan.
Aplaca mi carácter y mis impulsos para que no me deje llevar por ellos.
Que comprenda que según trato a los demás, así te estoy tratando a ti.
En tus manos me pongo, Jesús.