No es final. Todavía no. Puedes creer que no hay solución, que todo está perdido, que tu vida ya no puede ir a peor y que es un desastre. Pero no, no es final. Siempre hay una salida, una salida que a última hora encuentras, donde puedes abandonar la oscuridad que te invade, el pesimismo que te encoje hasta lo más profundo del alma. Podrás decirme que cuando se pasa mal no es tan fácil. Que cuando el sufrimiento, el dolor y la impotencia aprietan las cosas no se ven de la misma manera. Que hay que vivirlo para saber lo mal que lo pasa uno. Que opinar viendo los toros desde la barrera es muy cómodo. Que no tienes esperanza y que has dejado de creer en las personas, en Dios y en todo. Es cierto que nadie se puede cambiar por ti ni vivir lo mismo que estás viviendo tú, eres insustituible… pero de todo se sale. Dios siempre cierra una puerta, pero abre una ventana. Esta es la esperanza con la que tienes que vivir y que te tiene que ayudar a no desfallecer en la lucha por salir adelante. Aunque no entiendas las cosas en este preciso momento o durante el resto de tu vida. Tienes derecho a pasarlo mal, a desahogarte, a todo lo que tu quieras… pero no puedes estar así toda la vida. Se entiende perfectamente que puedas estar un tiempo mal, pero hay que levantarse y reemprender la marcha. No puedes estar toda la vida sentado, parado, perdido. La vida se te ha regalado para vivirla y Dios te ha dado una serie de dones y la fe para que te realices en lo que haces.
Nos preguntamos a menudo porqué Dios no impide el mal. Dice Santo Tomás de Aquino: “Dios permite el mal sólo para hacer surgir de él algo mejor”. El mal en el mundo es un misterio oscuro y doloroso. Hasta el mismo Jesús preguntó a Dios Padre en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Hay muchas cosas incomprensibles. Pero tenemos una certeza: Dios es totalmente bueno. Nunca puede ser causante de algo malo (cf. Youcat 51). Son muchas las cosas que nos ocurren a lo largo de la vida que resultan difíciles comprender, que nos generan multitud de preguntas sin respuestas, grandes sentimientos de impotencia y deseos enormes de tirarlo todo por la borda porque ni entendemos la vida ni todo lo que nos rodea. Incluso hasta muchas personas desearían no estar en este mundo para afrontar momentos tan duros.
No es el final. Dios te ha dado la fe para que sea esa ventana que te ayude a salir de la oscuridad. Debes abrirla cuanto antes para que puedas ver a Cristo que te está tendiendo la mano para sacarte de ahí. Ese paso has de darlo tú solo, nadie puede darlo por ti, porque tu fe ha de hacer ese acto de reconocer la necesidad de Dios en tu vida y el pedirle que te ayude a salir adelante. No te olvides de hacer silencio en tu mente y en tu corazón. Que tantos pensamientos y sentimientos que se te agolpan y que parece como si te fueran a volver loco, puedas desecharlos para que puedas escuchar con claridad lo que Jesús te está diciendo y cuáles son los pasos que debes dar. No te inquietes, no exijas, no desees… simplemente abandónate, dile a Dios que haga lo que quiera contigo y espera. No te canses de esperar. Sabes que la impaciencia siempre te juega malas pasadas. Espera y confía. Tu tiempo no es el tiempo de Dios. Para Él un segundo son mil años tuyos (Sal 89). Dios no abandona, es totalmente bueno y siempre acude al rescate. No deja que te hundas. Jesús siempre lo decía, basta que tengas fe (cf Mc 5, 21-43). Fortalécela cada día para que en los momentos de sufrimiento y dificultad no tengas que esperar mucho para encontrarte cara a cara con Cristo y dejar que Él te ayude a llevar la cruz. Quien desespera ante el Señor es porque ha perdido la sintonía con Él. Cuando se recupera todo se ve de distinta manera. Por eso hoy te digo que no es el final. Todavía no. Dios quiere ayudarte. ¡Déjate!