Estamos en un mundo donde el individualismo está superando niveles que roza lo increíble. Basta con pulsar una tecla para estar conectado a un montón de personas que ni siquiera conoces, pero que a la vez piensas que son algo tuyo. Cada vez nos relacionamos menos y con menos intensidad, porque siempre hay un mensaje que contestar o un nervio que te entra por el cuerpo cuando te llega alguna notificación al móvil y estás deseando poder ver quién se pone en contacto contigo. Hay veces en las que estamos más pendientes de la pantalla del teléfono o del ordenador, de un comentario o de una foto que de los demás.
Con el paso de los años, en pocas décadas nos hemos convertido en un mundo global, donde la comunicación fluye al instante en cada parte del mundo. Es verdad que el desarrollo científico y tecnológico nos ha facilitado mucho la vida y nos hemos adentrado en el mundo de la inmediatez, pero estamos pagando un precio más bien alto en otros ámbitos de la vida: Las familias no se reúnen en la mesa por el ritmo frenético que llevamos de trabajos y actividades; los niños cada vez tienen mas actividades, como si lo importante fuera ocupar su tiempo con infinidad de cosas, cuando lo verdaderamente importante es la convivencia y el diálogo. El tiempo se nos va de las manos y lo que conseguimos son prisas y estrés.
Jesús también se preocupa por cuidar las relaciones personales y la intimidad de su familia, de sus discípulos con los que compartía la vida: «Dijo Jesús a sus discípulos: “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”. Por que eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer» (Mc 6, 31).
En medio de la actividad frenética de la predicación Jesús también cuidaba la intimidad del grupo, como nosotros tenemos que cuidar la intimidad de nuestra familia. Y la intimidad se cuida con la presencia, la convivencia, el diálogo sereno y el compartir desde el amor todo lo que eres.
La sociedad que estamos construyendo nos está mostrando un sin fin de personas que cada vez están más solas y con necesidad de dar una imagen de felicidad que no llena. Una de las grandes enfermedades de nuestro siglo es la soledad, a pesar de que muchos podemos tener una gran comunidad virtual de amigos que no quitan ese sentimiento de soledad.
Es el momento de parar, como Jesús, para irnos también a nuestro “desierto a descansar un poco”, para mirar a los ojos a los que tenemos al lado; para profundizar en el diálogo sincero y sereno con nuestra familia; para hacer silencio interior y poder escuchar lo que Dios tiene que decirte, que es mucho. Como Jesús a los discípulos, para poder dar primero hay que estar lleno, y en la vida son muchas las ocasiones en las que nos vaciamos y pocas en las que nos llenamos interiormente. Es el delicado equilibrio que tenemos que cuidar cada día, acción y contemplación, vida y oración. Jesús está a nuestro lado y no nos abandona en ningún momento. Dios está ahí, donde ni tú mismo lo aceptas.
Déjate cuidar por el Señor en la intimidad “del desierto”, donde el encuentro con Jesús te transforma y te hace ver la vida de una manera distinta, desde la contemplación y la pausa y no desde las prisas y el estrés. Y es que Dios nos cuida incluso cuando pensamos que nos ha abandonado, porque Él quiere que pasemos tiempo con Él. «Mas no olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día» (2 Pe 3, 8). Que el tiempo no te esclavice ni te haga vulnerable ante las tentaciones del día a día, sino que te permita contemplar el rostro de Dios a tu alrededor en las personas que tienes al lado y así lo puedas anunciar desde tu experiencia personal y lo que tú sientes por Él.