¡Cuántas veces has pensado arrojar la toalla! Son muchos los momentos en los que piensas abandonar porque no ves sentido a lo que estás haciendo. En el caminar de la vida son muchas las dificultades y obstáculos que te encuentras y que sólo se superan con lucha y tesón. El miedo y el abandono es de los que se han cansado de vivir, de luchar, y estoy seguro que tú no eres de esos. Es verdad que hay veces que en el camino no sabes hacia dónde tirar; la mente se embota y no ves nada claro ni lógico. Miras a las personas que te rodean y ves que cada uno va a la suyo, tienen su vida y están centrados en sus problemas y tú no los quieres agobiar ni molestar con los tuyos.
Ves que no tienes fuerzas suficientes para seguir y que el ánimo con el que antes contabas ahora no está. ¿Cómo has llegado a esta situación? Algo parece que se ha escapado de tus manos y por más que piensas en qué momento fue, no das con él. Piensas a gran velocidad y no encuentras la respuesta y es cuando poco a poco empieza a forjarse ese sentimiento de desánimo y de impotencia que te hacen sentir fatal, donde eres consciente que lo que estás haciendo ya no vale ni merece la pena. Ha llegado el momento de abandonar y abandonarse. Y te quedas sentado al borde del camino viendo como los demás pasan delante de ti.
Sabes que la vida no es fácil, que el camino a veces es más duro de lo que esperabas. Tienes la tentación de bajar los brazos y bajarte del carro, para superarla cuentas con la fe, cuentas con Cristo que está a tu lado y que te está diciendo en todo momento: “¡Ánimo, no te rindas!”.
A Él le pasó lo mismo: «Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Jn 6, 60.66). El camino de la fe no está exento de exigencias, como el camino de la vida. Las pruebas están para afrontarlas y para crecer. No puedes venirte abajo a la mínima de cambio, por mucho que pienses que en tu vida sólo existen las dificultades y que solo “te crecen los enanos por todos lados”.
Que el lamento no sea tu excusa para dejar de luchar, para abandonarlo todo. Jesús te ha dado la fe para que no te rindas, seas obediente y pases por la puerta estrecha, porque este es el camino de la autenticidad y de la purificación. Después de la tempestad siempre viene la calma, como después del dolor viene el alivio. Jesús lo dice: «La carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6, 63). Estas palabras sólo las entenderás desde la fe. La carne es lo que el mundo nos ofrece, los placeres del cuerpo, lo material que en el día a día nos seduce y que es más apetecible que el Evangelio mismo. El sentido de tu vida está en lo que Jesús te dice cada día a través de su palabra y de lo que estás viviendo.
No sirve ser un comodón, que es lo que nuestra sociedad transmite, para que te lo den todo hecho; tampoco puedes consultar tu problema en internet en cualquier motor de búsqueda esperando encontrar la receta y la solución a tus problemas. La fe hay que cimentarla cada día y forjarla a base de oración y vida espiritual. En cuanto te descuidas y abandonas viene el tentador y eres carne de cañón para él y hace grandes estragos en ti. No te rindas ante los problemas, por muy oscuro que veas tu camino. Lo fácil es abandonar y resignarte, lo que te va a hacer más auténtico es luchar, esforzarte por superarte cada día y no dejando que el desánimo te ahogue y te sumerja en la resignación.
Jesús nos enseña a llegar hasta el final, a pesar de las caídas, por el peso del sufrimiento y del dolor. Siempre tendrás un “Cirineo”, el mejor “Cirineo” que es Cristo mismo que te quiere ayudar a cargar con el peso de tu vida, que a veces se hace insoportable. Y Él mismo te dice que no te rindas, que le mires a Él en la Cruz, no para compadecerte, sino para llegar hasta el final de tu misión y esperar que Dios haga el resto. Él no defrauda, siempre está a tu lado. Confía. No desesperes y por supuesto: ¡No te rindas!