Bien sabemos que el miedo paraliza y bloquea. Quien se ve superado por el miedo está totalmente vulnerable y a merced de este; puede hacer con nosotros, en esos momentos, lo que desee. Nos encontramos a su merced, totalmente vencidos. Tener la capacidad de escuchar a los demás en un momento de pánico, es una virtud que puede ayudarnos más de lo que imaginamos, pues tendríamos lucidez para discernir qué es lo más conveniente en un momento así. Muchos son los momentos donde los demás nos gritan, pero el pánico hace que estemos totalmente sordos y no escuchemos nada más que el latir de nuestro corazón atemorizado porque no siente nada, solo la inseguridad provocada por lo que tanto daño nos hace.
El mundo es ese fuego que nos purifica, que hace que busquemos siempre la pureza en todo lo que realizamos y no nos rindamos ante las continuas tentaciones que nos asaltan y que solo pretenden echarnos fuera del camino que nos lleva al Señor. Dios, que es amor (cf 1 Jn 4, 8) quiere que perdamos ese miedo que nos atenaza y que no nos deja ir a sus brazos extendidos llenos de acogida, misericordia y ternura para que lleguemos al culmen de todo lo que tenemos que realizar. Con la ayuda del Señor hemos de sentirnos unos privilegiados. Estar en la presencia del Señor, abandonados en sus manos, es una invitación clara a que pongamos en práctica el Evangelio, dando la vida por los demás. Quien pone su confianza en el Señor jamás se sentirá defraudado, porque «el Espíritu de Dios nos sugerirá en todo momento lo que tenemos que hacer o decir» (Mc 13, 11). Sé fiel a Jesucristo, que ha venido a servir y no a ser servido, porque la vida del creyente es un continuo servicio a Dios y a los hermanos.
Hay personas que siempre aspiran a más de lo que pueden dar. Es cierto que tener ánimo es fundamental para poder seguir avanzando en nuestro proyecto de fe, pero hemos de ser realistas y ver las fuerzas con las que contamos. Hay veces que queremos y anhelamos más de lo que podemos, y así no podemos caminar durante mucho tiempo, porque nos encontraremos con la frustración del querer y no poder. Vive a la luz del Evangelio y ama a Dios profundamente. Contempla el mundo que te rodea, tan necesitado de escuchar la voz de Dios, a través de tantos ecos que resuenan en nuestro interior y en nuestro entorno, que nos invitan a la alabanza, a ser partícipes de la verdad, del compromiso y de la entrega solidaria.
Hay personas que están a tu lado y te necesitan; están deseando escuchar a través de ti la voz de Dios, porque Él se sirve de ti para llegar a los demás. No tengas miedo en lanzarte al mundo en el nombre del Señor, pues quien confía en Dios nunca se siente defraudado. Los discípulos no se sintieron defraudados por Jesús, el miedo les atenazó y por eso le abandonaron en Getsemaní. La alegría de la Resurrección y la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés, les lanzó a vencer todos los miedos que tenían y a predicar por todo el mundo que Cristo está vivo y ha resucitado.
Y nosotros somos los herederos de esta gran noticia. Jesucristo sigue confiando en nosotros para que sigamos haciendo realidad la Palabra de Dios y vayamos por cada uno de los rincones de nuestros ambientes llevando esta gran alegría del encuentro personal que hemos tenido con Él. No tengas miedo, no te dejes vencer porque con la ayuda de Dios dejarás de tener vértigo a lo que Él te va proponiendo y serás la persona más feliz del mundo cuando abandonado en sus manos vueles impulsado por el Espíritu de Dios. No tengas miedo. Lánzate. Estás en las mejores manos: las del Señor.