Son nuestros hechos los que hablan por nosotros mismos, los que manifiestan las intenciones que tenemos cuando actuamos, los que revelan lo que hay en nuestro corazón. Nuestros hechos son la puesta en práctica de nuestra filosofía de vida, que se tiene que ver correspondida con nuestra coherencia personal, poniendo en práctica lo que creemos y decimos. Vemos a nuestro alrededor multitud de personas interesadas en sí mismas, centradas en sus objetivos personales, sin detenerse a mirar a los otros. El encuentro con Cristo debe de producir en nosotros un antes y un después. No podemos ser los mismos ni actuar de la misma manera. No podemos quedarnos estancados en nuestro comportamiento, como tampoco podemos hacerlo en nuestra vida espiritual. Nuestra coherencia cristiana depende en mayor medida de la intensidad de la vida de oración personal que vivimos. Sabemos que hay ciertas normas que no podemos trasgredir en nuestra vida moral, porque son el reflejo del estilo de vida que llevamos y del que tenemos que ser más que cautelosos, porque da a conocer la integridad que hay en el interior de cada uno, y cómo Dios incide especialmente en nuestras vidas.
«Que nadie te menosprecie por tu juventud; sé en cambio, un modelo para los fieles en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado por intervención profética con la imposición de las manos del presbítero. Medita estas cosas y permanece en ellas, para que todos vean cómo progresas. Cuida de ti mismo y de la enseñanza. Sé constante en estas cosas, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan» (1 Tim 4, 12.14-16). Qué importante es ser ejemplo para los demás. Lo serás por tu integridad y por tu fidelidad al Evangelio. Uno no busca ser ejemplo para nadie, pero se convierte en referencia cuando vive desde la actitud de servicio y entrega total al Señor, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Por eso, la exhortación del apóstol san Pablo a Timoteo de que no descuide el don que le ha sido dado a través de la imposición de las manos. Dios te derrama su Gracia cuando te dan la absolución de tus pecados, cuando te confirmas, cuando has sido bautizado; por esto el apóstol invita a “meditar estas cosas y permanecer en ellas”, porque son un regalo precioso que Dios te hace y que hay que mimar con mucha delicadeza. Cuando uno busca servir y entregar la vida siendo fiel a Jesús, tus hechos y tu vida habla por sí sola.
El mundo en el que vivimos necesita referentes, personas dispuestas a amar y a dar la vida, actuando sin esperar nada a cambio.Te invita el apóstol a que seas un modelo; entrégale tu corazón al Señor, no tengas miedo; aprende a olvidarte de ti mismo, para que puedas llegar a experimentar hasta dónde puedes llegar. Te darás cuenta de que merece la pena, aunque a veces tengas un poco de vértigo porque parece que no tienes tú el control. No te centres en estas sensaciones humanas banales y pasajeras, céntrate en tu entrega al Señor, porque así descubrirás que es lo mejor que puedes hacer con tu vida. El Señor se ha fijado en ti, déjale que actúe. Saborea su presencia y con confianza, deja que pase esa primera sensación de vértigo al ponerte en sus manos y constatar por dónde te lleva. Sentirte lleno de su amor es la mejor seguridad que puedes tener, porque descubrirás que estando con el Señor, no hay miedo, estás más que seguro, porque has llegado al mejor de los puertos que esta vida te puede ofrecer.
“Cuida de ti mismo y de la enseñanza” porque en la vida de fe no puedes abandonarte, dejarte ir, sin darte cuenta comenzarás a alejarte del Señor. Sé cauteloso y no te confíes, porque el confiarse es bajar la guardia y empezar a dejar puertas abiertas para empezar a ser tentado y a ir rebajando tu nivel de exigencia espiritual. Que tu testimonio sea reflejo de tu vida interior. No tengas miedo de ponerte en las manos de Dios.