Hace más de veinte años visitaba un convento en Arenas de San Pedro (Ávila) en una convivencia con el Seminario en el que me encontraba. Durante esos días tuvimos la oportunidad de visitar y compartir un encuentro muy gozoso con las religiosas de clausura del Convento de las Carmelitas Descalzas. Nos encontramos con ellas una tarde y en el locutorio, después de un rato de charla distendida, una de ellas (no recuerdo cuál) nos dijo una frase que a mí se me quedó grabada a fuego en mi mente: “Si llegáis a ser sacerdotes, sedlo de verdad, no seáis sacerdotes a medias tintas”. Contando con las fragilidades y las miserias de la vida humana, y lo pecadores que somos, ni mucho menos me quiero poner ni como ejemplo, ni como modelo, pero esta frase siempre la tengo muy presente en mi vida y en todo lo que hago, siendo muy consciente de que el primer pecador soy yo y que aún me queda mucho por aprender y por hacer dentro de la Iglesia, pero he de confesar que aún esta frase sigue haciendo mella en mi vida y me toca cada el corazón cada vez que he de presidir una celebración religiosa.
Me siento dichoso por haber sido elegido por el Señor, y por haberle dicho que sí. Digo esto por unas palabras que ha dicho el Papa Francisco donde precisamente habla de la misión de los consagrados en nuestro mundo. Dice así: “Los consagrados con su oración, pobreza y paciencia son esenciales para la misión de la Iglesia. Más que nunca, con los desafíos del mundo de hoy, necesitamos su entrega total al anuncio del Evangelio. No nos dejemos robar el entusiasmo misionero y recemos y recemos para que los consagrados y las consagradas despierten su fervor misionero y estén presentes entre los pobres, los marginados y los que no tienen voz”. Y es que la vida religiosa es un regalo, como un regalo es el tiempo que cualquier creyente ofrece y consagra al Señor, simplemente por el mero hecho de querer vivir su fe de una manera comprometida.
Muchos son los cristianos con los que a lo largo de mi vida me he cruzado y me cruzo; con los que he podido y puedo compartir mi fe; con los que sienten y viven en primer persona lo que le ocurre a la Iglesia, tanto para bien como para mal. Pero no quiero pasar por alto estas líneas para que hoy todos recemos y oremos por las personas consagradas al Señor: el Papa, los Obispos, los Sacerdotes, los religiosos, los laicos consagrados… todos aquellos que públicamente o de manera privada se han consagrado al Señor y a su Madre María. Porque hemos hecho una opción por el Evangelio y hemos sido capaces de decirle al Señor como el profeta Jeremías: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir» (Jer 20 ,7). Dejarse seducir por el Señor es entregarle tu vida y ponerte en sus manos para dejar que Él te lleve y te guíe. Es verdad que son muchas las tentaciones con las que nos vemos seducidos día tras día (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra), pero como dice el Papa Francisco, “ante los desafíos de hoy, necesitamos su entrega total al anuncio del Evangelio”. Es aquí donde hemos de poner nuestro corazón y todas nuestras energías, para que el Evangelio sea una realidad. Es muy importante estar enamorado de Jesucristo para que así “no nos dejemos robar el entusiasmo misionero”, porque muchas veces el mundo nos puede, y hace que sustituyamos a Dios. Obviamente a Dios no le perjudicamos, porque nunca va a dejar de ser Dios, pero los hombres nos causamos mucho daño cuando nos apartamos de Él. Estamos ciegos, no sabemos qué hacer ni qué decir, cuando nos vemos obnubilados por las seducciones del mundo y de la carne; y perdemos la oportunidad de unir nuestra alma con el Señor y sentirnos plenos y tocados por su Amor.
Por eso es importante que pongamos nuestra mirada en los que más sufren, en los más desvalidos, y no nos dejemos llevar por el afán de poder que el mundo nos presenta; por una vida cómoda e instalada que nos hace callo ante el sufrimiento del hombre. Es importante dejar que la Palabra de Dios actúe en nuestro corazón y nos humanice y sensibilice cada vez más, poniendo nuestras vidas en las manos del Señor y haciendo cada día su voluntad y no la nuestra.
Por eso te digo: “Si quieres vivir tu fe, no la vivas a medias tintas, sé un cristiano de verdad”