No le pongas prisas a tu vida. Demasiadas cosas las que llevamos hacia delante cada día, como si nos faltara tiempo, que no disfrutamos y saboreamos todo lo que realizamos. Necesitamos pararnos, saborear todo lo que hacemos, incluso me atrevería a decir que, organizarnos mucho mejor nuestro tiempo y nuestra vida. Muchas veces dejamos de lado nuestro plan de vida, que nos aporta una mayor capacidad de saborear la felicidad y sentirnos realizados en todo lo que hacemos; pues vivimos con intensidad cada momento, desde la presencia de Dios, ofreciéndole todo aquello que realizamos y dejando en sus manos nuestras acciones para que Él se encargue de que vayan saliendo, sirviendo a los demás y de que nos sintamos realizados con todo lo que hacemos.
«Comienzan los relojes a maquinar sus prisas;
y miramos el mundo. Comienza un nuevo día.
Comienzan las preguntas, la intensidad, la vida;
se cruzan los horarios. Qué red, qué algarabía.
Mas tú, Señor, ahora eres calma infinita.
Todo el tiempo está en ti como en una gavilla.
Rezamos, te alabamos, porque existes, avisas;
porque anoche en el aire tus astros se movían.
Y ahora toda la luz se posó en nuestra orilla. Amén».
(Himno de Laudes, jueves primera semana del Salterio)
Ante nuestras prisas, nuestras actividades cotidianas, nuestra manera de vivir… Dios es calma infinita que quiere ayudarnos cada día a disfrutar de lo que hacemos, a no dejarnos llevar por el ritmo de la vida que nuestra sociedad nos ha impuesto y que nos impide pensar, pararnos a reflexionar sobre cómo estamos viviendo y qué es lo que estamos haciendo en cada momento. Sin darnos cuenta, va adentrándose en nuestro espíritu esa mezcla de insatisfacción, incomodidad, frustración, desasosiego, estrés… que va generando en nuestro interior un poso de intranquilidad e infelicidad, que no nos deja estar todo lo tranquilos, serenos y felices que nos gustaría, y que nos permite decir que somos felices, pero que nos falta algo.
Bien sabemos que todos somos necesarios y ninguno imprescindible. Tristemente constatamos por nuestras propias conductas que a veces nos creemos imprescindibles, y el mundo sigue a pesar de que nosotros no estemos. Así lo reza el Himno: “Anoche en el aire tus astros se movían”, mientras nosotros estábamos descansando, sin hacer nada. La vida sigue y va pasando. El problema es que a nosotros muchas veces se nos pasa la vida y no la disfrutamos, no la saboreamos todo lo que nos gustaría; y el tiempo pasado ya no vuelve, el tiempo que hemos perdido no lo recuperamos. Nos dice el apóstol san Pablo: «Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos. No estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere» (Ef 5, 15.17). El Señor quiere que construyamos nuestra casa sobre roca, que seamos felices, que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado, que vivamos como verdaderos hermanos, que pongamos en práctica el Evangelio cada día de nuestra vida, que seamos piedras vivas de la Iglesia, comprometiendo nuestra vida en la construcción del Reino de Dios y sirviendo a los hermanos.
Por todo esto necesitamos vivir con calma, para tener nuestro espíritu bien preparado, para saber discernir correctamente qué es lo que Dios nos está pidiendo; para que no pasemos de largo sin escuchar y sin ver lo que Dios nos está diciendo a cada momento. Ha llegado nuestra hora, es nuestro momento de ponernos a la disposición del Señor. No podemos esperar; aquí y ahora es cuando tenemos que dar una respuesta generosa y comprometida, para no vivir nuestra fe de buenas intenciones, de buenos deseos que se esfuman a la mínima de cambio. Cristo te lo está diciendo alto y claro en este preciso instante, párate y mira a tu alrededor. Observa en primer lugar las situaciones de tu vida en las que necesitas poner a Dios; corrígelas y deja que Dios actúe para que siguiendo sus pasos, puedas estar totalmente sanado, convertido y a su disposición para lo que te pida. No le pongas excusas, no le digas que no tienes tiempo, que no es tu momento, que tu tiempo ya pasó, que no te encuentras contigo mismo, que más adelante…, Dios te conoce y sabe lo que necesitas. No tengas miedo y déjate hacer por Él, que te llevará a buen puerto.
“Rezamos, te alabamos, porque existes, avisas”. Dios siempre se te va a mostrar. Como crees en Él y tienes fe sigue rezándole y alabándole, hasta que llegues a escuchar su voz. Procura hacer silencio en tu corazón y en tu mente, para que así puedas escuchar con mayor claridad, porque el Dios de la Vida, Jesucristo, confía en ti y quiere que oigas y escuches con claridad y nitidez dos frases: “Te amo” y “Confía en mi”. Y todo cambiará, porque Él nunca defrauda.
Párate, persevera, haz silencio y escucharás lo que Dios te tiene que decir.