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Y pasó por el mundo haciendo el bien (cf. Hch 10, 38). Así habla de Jesús el apóstol san Pedro en casa de Cornelio antes de bautizarlo junto a toda su familia, que siempre toma la iniciativa y va por delante de nosotros. Él se fija en cada uno, nos llama por nuestro nombre y nos invita a seguirle. No sabemos por qué, solo que quiere que vayamos con Él y seamos parte de su misión. Jesús confía en ti y por eso te ha elegido. Es cierto que a veces te puedes considerar indigno o pensar que no estás a la altura (eso me pasa a mí también), pero Jesús espera grandes cosas de ti y te quiere a su lado. Por eso es importante estar atento, porque cuando el Señor pasa por tu vida espera tu respuesta, tu reacción y ha de ser inmediata, porque está pasando a tu lado y has de sumarte a su séquito o quedarte en lo tuyo.
No dejes que el Señor pase como una estrella fugaz en tu vida, visto y no visto, como si nada, como el que está contemplando su vida ensimismado y no es capaz de mirar más allá. Ver una estrella fugaz es, a veces, complicado, porque la ves en el momento o ni te enteras. Que en tu vida espiritual seas capaz de participar de la luz de Dios y ser luz para los demás. Que puedas sentir su presencia en tu vida y, a la vez, hacer sentir su presencia viva a los que te rodean, porque es Cristo quien vive en ti y da sentido a todo lo que haces, porque tu corazón está lleno de Él y ha dejado una huella profunda. Formas parte del proyecto de Dios y está claro que cuenta contigo para realizarlo, porque te conviertes en una pieza necesaria para seguir dando vida y encarnando el Evangelio, pero sobre todo porque te conviertes en testimonio vivo de la acción de Dios en tu vida, porque eres discípulo suyo, enamorado de Jesús.
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Nuestra vida son etapas y procesos, algunos rápidos y lleno de sorpresas, otros lentos y más previsibles. Dios quiere seguir tocando tu corazón para que nunca le falte la fortaleza, la esperanza y la ilusión para seguir avanzando, para que todo esto lo transformes en luz y puedas iluminar a quienes te rodean y transmitirles el amor por Jesús, porque la vida es un regalo de Dios que tienes que compartir y no guardártelo solo para ti. Estamos acostumbrados a vivir la fe para adentro, guardando nuestras vivencias solo para nosotros. Jesús quiere que las compartas, porque la Buena Noticia es para anunciarla y llegarla a ofrecer a todos. ¿Qué buena noticia estás anunciando con tu vida? Esta es la pregunta que es necesaria hacerse para medir la fuerza de nuestra fe y de nuestro discipulado.
Hemos de llenar del Espíritu cada una de nuestras celebraciones y tenemos que vibrar por el Señor que nos da la vida y en abundancia (cf. Jn 10, 10). Cuando Jesús hablaba todos se quedaban admirados por la autoridad con la que enseñaba, ahora es cuando nos toca a nosotros recoger este testigo y provocar el deseo de querer estar con Él y no apartarnos nunca. Nuestra fuerza es el testimonio y el espíritu con el que hablemos, porque Jesús así nos lo dijo: «No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10, 19-20). El Señor se encarga de poner palabras en nuestra boca y de que lo que sale de ella llegue al corazón del que las escucha. La clave es estar en su presencia, confiar en Él y dejarse hacer, pues somos meros instrumentos, y los frutos no llegan por nuestros dones sino porque es el Señor quien se encarga de que todo de fruto a su debido tiempo.
Es fácil desesperarse o desanimarse en el camino del Evangelio. La clave está en confiar y en dejar que el Señor vaya por delante marcando el ritmo y la dirección. Jesús pasó por el mundo haciendo el bien, y Jesús quiere pasar por tu vida haciendo el bien. ¿Qué bien es el que estás haciendo tú en el nombre del Señor?