Deseamos vivir en paz, que todo a nuestro alrededor esté tranquilo, sin ninguna disputa ni mala palabra. No queremos problemas ni malos rollos con las personas que nos rodean, porque nos genera tensión, intranquilidad y nos violenta. No vivir en paz es sinónimo de insatisfacción, desasosiego, inquietud, desazón… porque hace que todo se nos tambalee y que vivamos en la incertidumbre del descontrol. No sabemos lo que nos podremos encontrar a la vuelta de la esquina. El nerviosismo no es buen consejero para nuestra paz interior. Toma conciencia de lo importante que es estar sereno y en paz dentro de ti y así podrás ver y afrontar cada situación de una manera distinta, respetando los procesos y no actuando de manera bronca con quienes te rodean.
Para vivir en paz interior es importante cuidar mucho nuestra relación con Dios. Uno de los frutos que nos da la amistad con Dios es la quietud del alma. Esta nos permite experimentar el sosiego y el descanso en nuestra interioridad y afrontar el día a día de un modo distinto. La quietud nos va a permitir dos cosas: La primera es ser conscientes de lo que nos está pasando y la segunda tener mayor perspectiva ante lo que nos ocurre y prestarnos más atención para saber lo que necesitamos en cada momento y que no vaguemos sin sentido, perdidos, sin saber qué hacer. Para que la quietud de nuestra alma se mantenga en situaciones así, necesitamos meditar y reflexionar. Es necesario pararse en momentos así, no tomar ninguna decisión y buscar el encuentro con Dios, para que podamos discernir de la mejor manera posible y que las decisiones que tomemos, nos ayuden a seguir caminando, en vez de retroceder.
Procura alejarte de todo aquello que te provoca tensión y lograrás pasar las turbulencias que te agitan y revuelven, para llegar al remanso donde todo se sedimenta. Así encontrarás el descanso de tu alma y podrás escuchar con claridad lo que Dios te está diciendo. Bien sabes por experiencia, que cuando tu interior está removido, la mente se embota y te cuesta más trabajo tomar decisiones. Te bloqueas y te haces daño. Para evitar situaciones así, has de entrenar la calma y la serenidad, para que tu vida y la de los que nos rodean se puedan contagiar de todo lo bueno que aporta la armonía y el sosiego. Para verte en el reflejo del agua, necesitas que esta esté tranquila y en calma, sin turbulencias ni remolinos.
En el momento de mayor oscuridad de los discípulos, cuando todo se había perdido con la muerte en la cruz del Maestro, el Señor Jesús les dice: «Paz a vosotros» (Lc 24, 36). Para que en Él encuentren la calma y puedan volver a la alegría. Humanamente, ¿qué es lo primero que les nace?: «Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu» (Lc 24, 37). Ante la sorpresa de la aparición de Jesús resucitado, lo primero que les surge es el miedo, la incertidumbre, porque se escapa de su control. Para ver a Dios en la oscuridad, es necesario entrar en la paz y poder encontrar la luz que hace que se disipen las tinieblas que nos envuelven.
La paz es necesaria para contemplar a Jesús resucitado que viene a nuestro encuentro. Con paz en nuestro corazón lograremos tomar también la iniciativa y empezar a dar pasos significativos que nos permitan avanzar en nuestra vida espiritual y poder crecer, madurar. Son muchos los beneficios que nos aporta la paz interior y, por desgracia son muchas las ocasiones en las que pagamos un precio demasiado alto cuando la perdemos por nimiedades. Deja que Dios siga tocando tu corazón para que tu alma se llene de paz y puedas vivir tu vida con la alegría de sentirte amado de Dios. Entonces cuando mires tu rostro en el reflejo del agua, verás a Dios, que habita en ti y quiere seguir haciendo grandes cosas en tu vida. Que la paz de Dios habite en tu corazón.