“La ira es el veneno del alma. Si quieres se feliz un día véngate, si quieres ser feliz para siempre, perdona” (Irene Villa). Una frase que tiene mucha fuerza y sentido viniendo de una persona víctima del terrorismo, que ha sabido llenarse de perdón para poder afrontar su día a día. Ella es una luz que brilla de manera muy especial en medio de nuestro mundo. Es una de las heroínas de nuestro mundo porque es capaz de hablar desde el perdón, habiéndose visto injustamente mutilada por terroristas que le cambiaron la vida de forma radical.
No estamos preparados ni para el sufrimiento ni para el tormento. Hay veces que la vida se nos tuerce y entramos en esta dinámica de dolor que trastoca todos nuestros planes de repente. La impotencia se hace omnipresente en la vida y eso puede llegar a destruirnos personalmente, mucho más si dejamos que controlo nuestra vida. Así es como entra el mal en nuestro corazón y el demonio nos hace cada vez más daño alimentando la furia incontenible, fruto de la impotencia y la desazón, que termina derivando en actos de violencia incontrolada, que busca encontrar desahogo, pero que produce una reacción contraria: incrementar la impotencia.
Todos tenemos derecho a enfadarnos, es un sentimiento humano legítimo. El problema deriva cuando dejamos que el enfado vaya más allá y entonces es cuando surge la ira, porque ya se va buscando venganza, destruir al otro, herirle con palabras o gestos, faltar el respeto. Uno puede mostrar su enfado al otro, ante una situación de desencuentro, pero lo que hay que evitar por encima de todo es la humillación. Hay que afrontar el conflicto sin llegar a la violencia, para hacer que la situación no se nos escape de las manos, que es justo lo que provoca la ira: descontrol.
El perdón es lo que nos permite aplacar la ira y controlarnos. Nos ayuda a aceptar la realidad tal como es y afrontar con paz el momento presente. Pídele ayuda a Dios para que puedas pensar con mayor claridad en momentos así. Que no te ciegue el sentimiento de injusticia o de impotencia, sino que sepas ponerlos en sus manos, para que así puedas controlar de una manera mucho mejor el enfado y la impotencia. Si te dejas llevar por la ira, estás reconociendo tu propia inmadurez espiritual. Dios mismo quiere regalarte dominio de ti mismo, para que puedas mantenerte en calma, «que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar y lenta a la ira, pues la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere. Por eso, desechad toda inmundicia y la carga de mal que os sobra y acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas» (Sant 1, 19-21).
No te apartes de Dios, para que no te dejes vencer ni por la ira ni por la rabia. Que Él te ayude a saber asumir estas situaciones difíciles y duras, para que tu espiritualidad no se vea mermada. Dios quiere que tengas una vida gozosa en su presencia, no dejes que nada la perturbe. Procura que el perdón y la misericordia estén siempre presentes en tu vida. Obviamente, ahí va a estar el tentador, procurando alejarte de la presencia de Dios a través de las tentaciones. Ora, para que esto no se produzca y para que el perdón te ayude a poner en práctica la misericordia en tu vida y así puedas dar un testimonio de paz y felicidad. Así tendrás salud espiritual, que hemos de cuidar como el mayor de los tesoros.
Alcanzar la felicidad es un reto, la saboreamos en muchas ocasiones a lo largo de nuestra vida, aunque algunas veces son demasiados cortos. Jesús nos lo enseña desde la cruz y a los discípulos cuando les dice que hay que perdonar setenta veces siete (cf Mt 18, 32). Es verdad que es difícil, pero esta es la belleza de nuestra fe, y es el ejemplo que nos ha dejado Jesús. Si logras poner en práctica esto en tu vida, te aseguro que tendrás una gran paz y una alegría totalmente desconocida para ti hasta el momento. ¡Ánimo, tú puedes!