Durante la Última Cena, Jesús repite bastantes veces una frase: «Permaneced en mí» (Jn 15, 4), invitando a los discípulos a que no se separen y siempre estén unidos con Él. Nuestra fe y el sentido de nuestra vida tiene su centro en la unión que tengamos con el Señor, en cómo permanecemos en Jesús. Por eso utiliza una imagen muy gráfica para que tengamos clara cuál es la actitud que hemos de tener durante toda nuestra vida: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mi y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). La imagen de la vid es muy significativa porque si estamos unidos a Dios damos fruto y si no nos secamos, nuestra vida es estéril y desaparecemos. Por eso dice el Señor Jesús en el Evangelio que cuando un sarmiento está seco, se corta, se echa al fuego y desaparece. La única utilidad del sarmiento es para hacer fuego, y sólo una vez, una vez quemado deja de existir. ¿Es esto lo que quieres de tu vida espiritual y cristiana?
Procura estar unido a Jesucristo, que ha resucitado para llenarte de vida, para que tu sabia se renueve cada día, como tu vida espiritual. Permanece en Jesús para que des vida; para que el amor tenga fuerza en tu interior y te entregues a los demás; para que te llenes del Espíritu Santo y seas testigo de la Resurrección allá donde estés, sin ningún temor ni vergüenza, sino con la determinación del convencimiento y la fortaleza espiritual que te da el estar unido a Jesús. Es verdad que eres débil y pecador, que te apartas con facilidad del camino y que muchas veces, dependiendo de la etapa de tu vida, tus frutos dejan mucho que desear; pero permaneciendo en Jesús, como el sarmiento de la vid, viene el Señor y con ternura y delicadeza te poda poco a poco para que puedas dar más fruto. Esta es la grandeza de sentirte cuidado por el Señor. No te separes de Él, no dejes nunca de permanecer unido al Señor, para que no seas cristiano de boquilla y de palabras que se las lleva el viento; sé cristiano de vida para que seas reflejo del Señor para los que te rodean. No seas cristiano de boca cerrada y sin frutos, como el sarmiento separado de la vid. Sé auténtico y busca la excelencia espiritual cada día de tu vida.
Permanecer en Jesús significa buscarle, orarle y recibir de Él la vida y el perdón. Significa acercarnos con frecuencia a la Eucaristía y a la Confesión, viviendo los sacramentos como los mayores regalos que el Señor nos ha proporcionado, buscando vivir como Jesús, teniendo sus mismos sentimientos (cf. Flp 2, 1-11). De ahí la mirada de amor y misericordia que hemos de mostrar a todos los que nos rodean; de amor porque en la Eucaristía recibimos y comulgamos al Amor de los Amores; y de misericordia porque en la Confesión somos perdonados de todos nuestros pecados y Dios Misericordia no tiene en cuenta las ofensas que le hemos realizado. Por eso, cada vez que no tratamos así a nuestros hermanos, no estamos permaneciendo en Jesús, nos estamos separando de Él. Por eso es importante que te preguntes si permaneces en Jesús o estás lejos de Él; si eres un sarmiento unido a la vid o separado de ella; si necesitas que el Señor te pode para dar fruto o no quieres comprometerte y prefieres seguir sin darlo.
No dejes que en tu vida entre la incoherencia. Refrenda tus palabras y pensamientos con tus actos y gestos. Que tu actuar sea siempre un verdadero testimonio del discípulo que ha experimentado la alegría de encontrarse con el Señor Resucitado. Que seas capaz de valorar la gran suerte de que sea el mismo Dios quien te pode, te cuide y te mime para que des mucho fruto. Esta es una verdadera experiencia espiritual, porque sin el Señor Jesús no podemos hacer nada. Él es la fuente y el origen de todo. Agárrate fuerte a la oración para que cada día seas más fuerte, más auténtico. «Si permanecéis en mi y mis palabras permanecen en vosotros, pedir lo que deseáis, y se realizará» (Jn 15, 7). Esta es la fuerza y la grandeza de la oración, con ella todo lo podrás, serás un sarmiento fuerte que de mucho fruto en el nombre del Señor. Permanece en Jesús para que tu vida espiritual y cristiana sea verdadera y un instrumento del Señor para alimentar a los que te rodean, como los buenos frutos.