Dice el Diccionario de la lengua española que la ascesis son reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud. En el aspecto espiritual es importante porque quiere ayudarnos en nuestro camino de perfección, al que Jesús nos llama (cf. Mt 5, 48), para que cada día de nuestra vida podamos amar más a Dios. Es un primer paso que nos ayuda en esa escalada hacia Dios, para que en medio de nuestro día a día, tan ajetreado a veces, podamos ejercitar las virtudes y prácticas piadosas que nos permitan tener una vida más ordenada y disciplinada.
Así es como vamos preparando nuestra vida interior para que el Espíritu Santo pueda actuar en nosotros, purificándonos de todos aquellos apegos que nos lastran y que impiden la acción de la Gracia de Dios de una manera más directa. En el camino ascético es fundamental la constancia, porque así nos hace exigirnos momento a momento, manteniéndonos atentos para rechazar cualquier tipo de tentación que nos pueda asaltar, y mantener un listón alto en nuestra vida espiritual que nos ayude a mejorar nuestra vida espiritual, uniéndonos más a Dios.
Dice el apóstol san Pablo: «¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado» (1 Cor 9, 24-27).
La vida espiritual necesita del esfuerzo, del sacrificio para seguir profundizando en nuestra fe. Y si queremos llegar a contemplar el rostro de Dios nos la tenemos que tomar en serio para que incida y nos marque profundamente en nuestro estilo de vivir. Si nuestro estilo de vida cristiano no cambia nuestra forma de pensar, de actuar y de hablar nos estamos quedando en la superficie, en lo fácil y cómodo que no nos complica la vida y nuestra fe se empobrece. Lo que nos enriquece es el esfuerzo, el sacrificio, la renuncia, la abnegación, el desprendimiento… que nos ayudan a preparar nuestro espíritu para la acción del Señor, además que nos hace estar más atentos y despiertos para rechazar con fuerza las tentaciones que nos vengan y que quieren quitarnos la gracia para alejarnos del Señor.
Hemos de ser fuertes en el dominio de nosotros mismos para no ceder ni derrumbarnos, para que nuestra vida de fe no se quede solo en palabras ni buenos propósitos. La disciplina y el orden interior que vivamos tienen mucho que decir en este aspecto, porque nos darán las garantías suficientes para llegar al silencio interior que nos permita adentrarnos en la inmensidad de Dios. Es recomendable establecer una hoja de ruta, empezando por algo pequeño y significativo, que nos facilite iniciar este camino de ascesis, así viendo los frutos que nos aportará iremos dando pasos que nos hagan ir subiendo nuestro nivel interior de exigencia para llegar a la experiencia mística de Dios, donde nuestra alma se une íntimamente con Cristo y experimentamos el gran amor que Dios nos tiene.
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21). Es lo que dice el dicho castellano: “Obras son amores y no buenas razones”. Por eso no bastan los buenos propósitos, sino las buenas acciones que nos ayuden a purificar nuestra alma y acercarnos cada vez más a Jesús, para que, así mejorando nuestra relación con Él, cada vez que nos adentremos en su presencia, experimentemos todos los gozos que nos regala.
Que testimonio de fe sea el reflejo de tu vida de ascesis.