Por norma general, todos nos preocupamos por las personas que nos importan y no queremos que les pase nada malo. Siempre estamos dispuestos a ayudarlas en lo que necesiten, y cuando sabemos que están pasando una mala racha o se encuentran enfermas, procuramos estar mucho más cercanos a ellas. Nos mueve siempre el amor para mostrar nuestro interés y darles ayuda y calor con nuestro cariño y cercanía. Da gusto sentirse arropado y con toda la familia a tu alrededor cuando hay un momento de dificultad, pues sentir siempre el apoyo de los tuyos y saber que puedes contar con ellos en todo momento, siempre es motivo de tranquilidad y de orgullo. También nos ocurre lo mismo con la amistad, los verdaderos amigos siempre están en lo bueno y en lo malo, y su cercanía siempre la deseamos y la necesitamos, pues son un apoyo para hablar, desahogarse, compartir… tantas vivencias y sentimientos que están a flor de piel y que al verbalizarlos nos hace sentir mucho mejor al desahogarnos.
Preocuparse por los demás no es tarea fácil, especialmente cuando se trata de personas desconocidas o no tan cercanas. No nos sentimos ni con la confianza ni con el valor de acercarnos a ellas para preguntarles, más bien por respeto humano o porque nos falta ese paso de acercarnos a ellas a pesar de que nos puedan sorprender con su reacción. Bien es cierto que en muchos momentos nuestro corazón está tan conmovido, que no nos costaría trabajo el prestarles nuestra ayuda si nos lo pidieran.
Creo que la clave no está en que nos pidan, sino en nosotros ofrecernos, pues la actitud cambia y con creces. Cuando una persona se ofrece al otro, porque se ha preocupado, es porque ama de corazón y altruistamente. Esto es comprometerse y ayudar, superando todo tipo de emociones, para favorecer a la persona en todo momento y dejar huella en ella. Esta es la actitud que tenía Jesús y que nos cuentan los Evangelios, pues el mismo Cristo «al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas ,porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”» (Mt 9, 36). A Jesús le importan todos los hombres y por ellos se desvive, pues la persona es lo primero. Para Jesús el hombre está por encima de todo, y la compasión nace desde las entrañas más profundas del ser humano, pues se conmueve al ver las situaciones difíciles por las que pasamos los hombres.
Todos tenemos necesidades físicas, afectivas y espirituales. Y Jesús se ofrece a cuidarnos, señalándonos el camino de cómo tenemos que actuar también nosotros. Tomando la iniciativa de ir a la persona que lo necesita, sin esperar a que nos lo pida. Preocuparse por los demás significa adelantarse a sus necesidades y darles tú la solución antes de que te planteen el problema. Jesús así lo hizo y necesita personas dispuestas a seguirle, reflejando así el amor de Dios. Este amor que se entrega totalmente sin esperar nada a cambio, viviendo la fe como un compromiso total y un estilo de vida muy concreto y determinado que practica con generosidad el amor y la misericordia.
Si de verdad quieres amar a todos los hombres, complícate la vida con quienes son desconocidos. Si uno tiene compasión por los demás es porque se identifica con su dolor. Te aseguro que el Señor te preparará el camino sin tú saber cómo, viendo desde el momento que das el primer paso y tu corazón empieza a actuar movido por su amor, cómo encuentras soluciones a los problemas y luz ante las encrucijadas. Y es que Dios provee pues es el mismo Cristo quien toma la iniciativa y sale a buscar por ti. Tanto Jesús, como los discípulos, como nosotros miramos a la misma multitud, y hemos de tener esa sensibilidad para percibir el sufrimiento, la angustia de quien lo está pasando mal. Es la diferencia entre mirar con el corazón y mirar con los ojos. Y si de algo entiende el Señor es de corazones. Por eso abre el tuyo y sal al encuentro de los demás, para que tu corazón esté siempre en salida y el Señor siempre dentro de él, animándote a seguir amando, dando tu vida y haciendo el bien allá donde estés.