¿Te cuesta ayunar? Hay ayunos y ayunos. Cuando estamos bien dispuestos y queremos conseguir algo, si implica tener que ayunar no nos cuesta trabajo porque lo hacemos con intención y sabemos que es para un bien que nos hemos propuesto. Además, lo hacemos con gusto y nos alegramos cuando vamos viendo el resultado, mucho más si es inmediato. Cuesta lo que no nos gusta o motiva. No podemos engañarnos en este sentido, por eso es importante concienciarse y actuar con determinación.
Hoy es el primer viernes de esta Cuaresma y se nos invita especialmente al ayuno, a convertir nuestro corazón y utilizar los medios que tenemos a nuestro alcance. Cambiar y transformar el corazón es convertirse y acercarse más a Dios; no dejarse llevar por las formas vacías de sentido y de espíritu y vivir desde la entrega total teniendo siempre al Señor presente en todo lo que se hace, especialmente en lo que respecta a la convivencia y al trato con los demás. Así lo dice el profeta Isaías: «Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos» (Is 58, 6-7), y que inevitablemente nos invita a mirar siempre con amor y misericordia al hermano, especialmente al más necesitado, enriqueciendo cada vez más nuestra calidad humana para hacernos más sensibles a los hermanos y amarlos con todo nuestro corazón.
El ayuno de orgullo, egoísmo, juicios, autosuficiencia, envidia, crítica… es lo que Dios nos llama y quiere que hagamos en todo momento para que así no perdamos el espíritu evangélico y cada día seamos capaces de reconocer al Señor en el hermano y poder amarle y servirle en todo momento. Jesús nos llama en el Evangelio a reconocerlo como hijo de Dios, a no dejarnos llevar por nuestros esquemas o por nuestra “ley del talión” particular donde queremos poner a cada uno en su sitio. Si no fuera así no juzgaríamos, no hablaríamos mal, no criticaríamos, no pensaríamos mal del otro y con nuestra conciencia evangélica nos sería mucho más fácil practicar este ayuno al que constantemente nos invita la Palabra.
Que en esta Cuaresma tengas un plan, para progresar y avanzar en tu vida espiritual, pero sobre todo en tu manera de tratar a los demás. Que la alegría de tu encuentro diario personal con Dios sea la que transmitas a todos los que te rodean, y como escuchábamos el Miércoles de Ceniza en el evangelio, que todo lo que hagas sea en lo escondido sin que nadie lo note, solo tu Padre que está en lo escondido, para que Él sea el único que te de la recompensa. Así mirando a tu corazón lleno de la presencia y del amor de Dios seas capaz de transmitírselo a tu prójimo amando sin reservas y teniendo siempre la misericordia como hoja de ruta en tu vida.
No hace falta que hagas grandes planes, basta con ser más paciente contando hasta diez; rechazar los malos pensamientos y los juicios que te vienen sobre los demás; evitar conversaciones morbosas en las que se hablen de los demás y con valentía frenarlas para no caer en la crítica destructiva ni en el morbo; mirar con bondad a los que te rodean viendo más lo positivo que lo negativo que puedan tener. Así poco a poco irás ayunando de todo aquello que te aleja en el corazón de Dios y de los hermanos e irás construyendo sobre la Roca de Cristo el amor y la misericordia a la que constantemente nos invita Jesús a practicar en el Evangelio.
Ayúdame Señor a estar bien dispuesto para que cuando se presenten las ocasiones de rechazo hacia los demás sea capaz de mirar con misericordia y que me nazca el amor hacia ellos.