Cuántas veces queremos y no podemos. Son muchas las situaciones de nuestro entorno que nos gustarían cambiar para que todo marchara mejor; para que las personas que nos rodean fueran más felices; para que todos pudiésemos vivir en las mismas condiciones e igualdad de oportunidades; para que cesen las injusticias y las divisiones entre los hombres. A veces contemplamos con resignación e impotencia lo mal que van las cosas, la pobreza y la debilidad del ser humano, que llega a cometer verdaderas barbaridades y ser cómplice de la injusticia. Por el deseo de acaparar, de ser y tener más, el ser humano no pone fin a su egoísmo ni a su deseo de poder. No utilizar a las personas para los propios fines es un acto de generosidad que engrandece a las personas, especialmente a las que tienen mayores puestos de responsabilidad.
Por parte del Señor todos hemos recibido un puesto de responsabilidad, porque al ser hijos de Dios por el bautismo, somos parte de su familia, de la Iglesia, y cada uno hemos de sentir como nuestro el Evangelio, la Iglesia y la evangelización. La opción de fe y el compromiso personal, como discípulos de Jesús que somos, han de hacer que cada uno nos sintamos responsables de la parcela que se nos ha encomendado. Si de nuestra familia estamos orgullosos, nos sentimos identificado con ella, la amamos y la queremos con sus cosas buenas y malas, ¿cómo no lo vamos a hacer con la Iglesia si es parte también de nuestra familia de fe? No podemos desprendernos ni desentendernos de nuestra interioridad procurando mantenernos siempre conectados y unidos al manantial que hace que todo tenga sentido, que ninguno nos veamos afectados.
Hemos nacido en una cultura y en una época concretas, se nos ha dado una familia para vivir y unos dones para compartir. Muchas personas han nacido con enfermedades, discapacidades… que ya desde su nacimiento han condicionado su manera de vivir. Ellas han sabido adaptarse y afrontar su futuro desde la aceptación de su realidad y una forma de vida a veces muy limitada, siendo en muchas ocasiones verdaderos “héroes” a la hora de realizar actividades y proyectos. Con determinación afrontan su día a día, buscando el sentido a sus vidas, e intentando transmitir también tanto bueno como abunda en su corazón, pues al tener que superar mayores obstáculos, saben con mayor certeza la importancia de cada gesto, cada detalle.
Un ejemplo lo tenemos en el ciego de Jericó, que al enterarse que Jesús pasaba por allí se puso a gritar. Cuando estuvo delante del Señor le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Lc 18, 41) y él le dijo que quería ver. Dios se fija en la fe que tenemos. Está siempre dispuesto a ayudarnos, pero ha de ser a su manera. A Dios no le podemos dirigir. Él quiere actuar y estar presente en nuestra vida, pero hemos de abandonarnos. Si queremos ver con claridad, como el ciego de Jericó, hemos de estar dispuestos a ver todo lo que nos rodea tal cual es. Y esto supone compromiso, entrega, solidaridad, morir a uno mismo. Jesús actúa para convertirnos de verdad, no de una forma parcial y sesgada.
Busca la autenticidad en tu vida. Alaba y bendice al Señor con lo que te regala y con cada uno de los dones que ha puesto en ti. La Buena Noticia hay que compartirla; las cosas buenas que nos regala el Señor hemos de anunciarlas; que esta sea la actitud sincera y profunda de tu corazón. Cuántas ganas tiene Jesús de estar contigo que siempre te está diciendo: «¿Qué quieres que haga por ti?» (Lc 18, 41)