Una tragedia fue la que se avecinó sobre los discípulos, cuando apresaron a Jesús, le crucificaron y con sus propios ojos le vieron puesto en el sepulcro. De hecho, Pedro y Juan, salieron corriendo al escuchar la noticia de la Resurrección que les transmitió María Magdalena (cf Jn 20, 1-10) y fueron derechos allí, porque sabían el lugar donde se encontraba. Es de pensar que pudieron estar allí en el momento de su sepultura, cuando ya no corrían peligro de ser detenidos, porque Jesús estaba muerto. La desolación de los dos de Emaús también era grande, conversaban y discutían, mientras regresaban a sus vidas. «Sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24, 16). Una gran tragedia que nubló su mirada, su entendimiento y no comprendían ni veían con claridad, caminando al Maestro. Seguro que has tenido experiencias al embotarse tu mente en tus ideas, problemas y agobios, y no has sido capaz de reconocer la presencia de Dios a tu lado, caminando, como los de Emaús. Sabes que, ante los golpes y sorpresas de la vida, a veces, cuesta trabajo reconocer a Cristo caminando a tu lado.
La tragedia de la muerte de Cristo hizo que los discípulos se llenaran de miedo y estuviesen escondidos, «con las puertas cerradas por miedo a los judíos» (Jn 20, 19). El corazón, los proyectos e ilusiones se pierden, y te encierras dentro de ti mismo, sin querer saber nada de los demás. Quizás por instinto de supervivencia, quizás porque el bloqueo hace que no sepas que hacer en determinadas situaciones…, el caso es que es fácil quedarse inmóvil, retroceder a lo que te daba seguridad y no te causaba muchos problemas anteriormente. Buscarte en el pasado, en tu vida anterior que puede ser un buen refugio, una buena salida. Es aquí donde llega el Resucitado, donde quiere hacerse presente, en medio de esta oscuridad, de esta tristeza que provoca el no saber qué hacer, la pérdida de esperanza. Cristo quiere sacarte de este sentimiento trágico, de sentir que todo se ha perdido, y lanzarte de nuevo a la alegría, a reemprender la marcha, porque no has perdido nada. Más bien se te ha abierto un nuevo camino que has de recorrer fiándote de Él y adentrándote en el mundo de la fe, que siempre tiene el final en el mejor de los puertos: el corazón de Dios.
Cristo Resucitado te llama al amor. ¿Por qué las primeras palabras que dirige a sus discípulos son «paz a vosotros» (Jn 20, 19)? Bien sabe el Señor cómo nos sentimos las personas ante las decepciones, tragedias, tristezas de nuestra vida. Perdemos la paz, nuestro interior se agita, la inseguridad se hace fuerte y no eres capaz de tener calma y serenidad en tu alma. Es necesaria para que el encuentro con Dios sea fructífero. Por eso Jesús hace uno de los gestos más hermosos que llenan de vida, que renuevan con toda la fuerza el alma, que te permite ser un hombre nuevo: exhala sobre ellos su espíritu (cf Jn 20, 22). No pierdas nunca a Dios, a pesar de las dificultades o tragedias. El Señor siempre te reconforta, da calor a tu alma, es capaz de entrar en tu corazón y quiere como a los discípulos, llenarlo de su paz. Aunque a veces no lo veas con claridad y entren las dudas en tu interior, ten claro que Cristo nunca falla. Siempre está a tu lado caminando, explicándote las Escrituras, como a los de Emaús, para que tu corazón poco a poco, en el nuevo camino que se te ha planteado, pueda volver a reconocer la presencia viva de Cristo Resucitado.
Los discípulos ven siempre gestos que les permiten reconocer al Resucitado: Les enseña las manos, les reparte el pan, come delante de ellos, les habla… En lo cotidiano, en los gestos particulares que nos caracterizan como personas, es donde los discípulos reconocen al Maestro. Por eso la invitación del Señor a mirar a los demás en su particularidad, en su forma de ser. Ahí es donde está Cristo vivo y presente, en quien está a tu lado. Alégrate y sigue compartiendo la vida, con el gozo de reconocer a Cristo Resucitado que te llena de vida, alegría y amor.