La mañana amanecía con un temor. Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es a preocuparme por las cosas cuando toquen, cuando llegue el momento de afrontarlas, porque si no, me pierdo de disfrutar y saborear los momentos cotidianos, que no tienen la culpa de las dificultades que están por venir; y así disfruto del día a día, sin amargores ni angustias de lo que está al caer. Digo esto porque el motivo de mi retirada del Camino de Santiago que comencé hace unos años en Saint Jean Pied de Port fue por una tendinitis que sufrí en una bajada y que me obligó a retirarme en Estella. Desde ese año no había vuelto a realizar el Camino como peregrino, andando. Ayer era una etapa importantísima para mí, porque suponía enfrentarme a mi mayor recuerdo y frustración personal, de haber abandonado el Camino por una lesión. Ya la noche y el descanso en O Cebreiro fue intranquila y nerviosa, interiormente, por lo que se avecinada al amanecer. Los primeros pasos y la primera bajada han sido un reencuentro con mi pasado, con la espina que tenía clavada en mi amor propio… y con la incertidumbre de si todo iría bien.
Después de andar un tramo y calentar, he ido constatando que las sensaciones eran buenas y que poco a poco tenía que empezar a lanzarme, con cabeza y sin imprudencias, a esas bajadas interminables, que me han posibilitado sentirme cada vez más seguro y confiado en mis propias posibilidades. Mis recuerdos del pasado, que me hacían sentir mal, por el fracaso aparente, se han ido transformando y liberando gracias al Camino. Porque el Camino de Santiago habla a lo largo de la vida, sin importar los años; y las piedras que llenaban mi mochila desde esta experiencia, las he podido ir descargando en cada hito kilométrico que iba superando y que me ha ido ayudando a completar la etapa y poder reconciliarme en este Camino, con mi último Camino que tanto me había marcado y llenado de tristeza por no haber logrado el objetivo, no haberme realizado plenamente en lo que pretendía.
Desde ahí me ha nacido una gran Acción de Gracias al Señor, que he hecho real en la concelebración Eucarística en Triacastela, y que ha venido precedida por esa liberación interior y alegría desbordante de haber completado la etapa. Todo un regalo del Señor el que he podido sentir y que me ha llevado a reflexionar sobre todo lo que he aprendido y madurado ante las pruebas de la vida y las “otras” piedras que he podido llevar cargadas en mi mochila cotidiana, disfrazadas de agobios, sufrimientos, fracasos y decepciones. El Camino, y valga la redundancia, no es un camino de rosas; la vida no es fácil ni un paseo; ni por supuesto así quiero que sea mi vida, porque lo fácil no nos ayuda a entrar por la puerta estrecha (cf Mt 7, 13-14), más bien nos aleja, y lo que Jesús nos pide es compromiso, desprendimiento, humildad, fidelidad y disponibilidad. Todas estas actitudes nos llevan a olvidarnos de nosotros mismos y entregarnos por completo al Evangelio. Desde mi condición pecadora, solo puedo decirle al Señor: “Aquí estoy para servirte y hacer lo que me pidas”. De todo se sirve el Señor, y bien sabe por qué hace las cosas, aunque las entendamos con el paso del tiempo o nunca las lleguemos a saber. Lo más sensato es no cuestionar a Dios, sino cuestionar nuestra falta de coherencia y tomar las medidas necesarias para corregir nuestros propios errores, contando, en primer lugar, con la Misericordia de Dios, que siempre nos ayuda a empezar de nuevo y a no dejar nada pendiente en nuestra vida si estamos en su presencia.
Los recuerdos, recuerdos son, pues son parte de nuestra experiencia. Si de algo nos tienen que servir han de ser para ayudarnos a mejorar y a crecer, haciéndonos más fuertes y maduros ante lo que están por venir. Por eso los recuerdos del pasado nos dan la sabiduría del presente, para no cometer los mismos errores e ir con cautela y buen paso, caminando hacia delante sabiendo que no estás solo, pues Cristo siempre va contigo. Ayer lo sentí al mirar al cielo y a mi alrededor viendo la belleza de la naturaleza en el gran regalo de la Creación. Y ha sido una oportunidad bien aprovechada para reconciliarme con mi pasado. Algo que frecuentemente aconsejo en el sacramento de la Reconciliación, cuando percibo las heridas profundas que el sufrimiento causa en la vida de las personas. Tú vida, perfectamente, puede ser como el Camino de Santiago: tu propia vida con sus subidas y bajadas, con sus rectas llanas y sus curvas… En definitiva es el camino de tu vida, donde tú eres el protagonista y tus recuerdos pasados son la historia que enriquece tu presente.
Que el Señor te bendiga.