Reencuentros

Cómo agradecemos los reencuentros después de mucho tiempo sin vernos y sin compartir la vida. Hay veces que la vida nos separa y otras nos separamos nosotros. Hay muchas diferencias entre ambas separaciones, pues unas son forzadas por las circunstancias de la vida y otras, muchas veces, provocadas por nosotros, por nuestras palabras y acciones. Con el paso de los años voy descubriendo que la vida nos va uniendo y separando de personas. Con unas caminamos menos, con otras más. Y es que en nuestra vida nos cruzamos con unos y otros y vamos uniendo nuestros corazones en el amor y en la amistad, creando los lazos suficientes para propiciar y provocar los distintos reencuentros que nos alegran tanto y nos hacen sentir tan bien.

Somos conscientes que todas las amistades y las relaciones no son iguales. Unas son más profundas y verdaderas que otras, dependiendo del grado de cercanía que tengamos con ellas. Lo que sí está claro es que las tenemos que cuidar siempre para que no se deterioren ni se desvanezcan con el tiempo.

Cuando se trata de nuestra familia más cercana, de nuestros amigos más íntimos, de nuestros grupos de vida… los encuentros tienen que ser constantes y sinceros, donde fomentemos el amor desinteresado, la sinceridad confiada y el perdón verdadero, para así sortear los obstáculos que se nos presentan en la convivencia diaria. Bien sabemos que la convivencia no es fácil y que hemos de ser pacientes, comprensivos y afables. Para superar las dificultades y los desencuentros tenemos que tener claro que el amor se renueva con el perdón, y viceversa. Ambos van unidos de la mano, y cuando abrimos nuestro corazón a la acción de Dios en nuestra vida, entonces el reencuentro es mucho más profundo y auténtico, porque ya no sólo actuamos nosotros, sino que también lo hace el Señor, porque le dejamos paso para que Él lo haga con toda su fuerza. A veces nos pasa que como queremos tener a Dios tan controlado que le ponemos límites a su acción para que así sea nuestro yo quien sobresalga por encima de Él; así hacemos lo que queremos sin tener que complicarnos la vida más de lo necesario.

Jesús siempre te va a llevar al reencuentro con los demás. Nunca te va a dejar que te quedes parado esperando. Jesús se lo dijo a Pedro, que había que perdonar hasta setenta veces siete (cf. Mt 18, 32), y esto sin la ayuda de Dios se convierte en una empresa muy difícil de conseguir, porque es demasiado exigente para el orgullo y la soberbia humana. Bien sabemos que las antítesis en nuestra vida son difíciles de compaginar. Por eso nos dice Jesús: «Si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6, 14-15). Los reencuentros, cuando ha habido una separación temporal dolorosa, necesitan del diálogo sosegado y del perdón verdadero; y cuando nuestros caminos los ha separado la vida, necesitan del amor compartido y de ese tiempo para poder compartir todo lo vivido, aprendido y madurado.

Que tu fe te ayude a tener siempre un corazón abierto y bien dispuesto, para que en tu encuentro cotidiano con quien te rodea puedas transmitir al Señor. Sé una esponja de Dios para empaparte bien de todo lo que te da y que así puedas derramarte con generosidad cada día. Pero busca diariamente el encuentro con Dios para que la esponja que es tu alma no se quede seca nunca, y siempre puedas empapar de la presencia de Dios todo lo que te rodea. Para que así desempeñes bien tu misión y des a los demás todo lo que Dios te ha regalado. Busca siempre el corazón del hermano y no te mires nunca a ti mismo, porque al mirarte demasiado corres el peligro de convertirte en el centro y desplazar a Dios a y los hermanos, ocupando tú su lugar y pensar que son los demás quienes tienen que venir a ti y no tú a ellos. Por eso sigue el mandato de Jesús: «Ama a los demás como Él nos ha amado» (Jn 13, 34) e «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28, 19) para que siempre estés en esa actitud de salida de ti mismo hacia los demás, que es lo que el Señor espera de ti. Que cada encuentro con el hermano sea un reencuentro con Dios, y viceversa.