Hay personas que por su forma de ser sobresalen sobre las demás. Algunas destacan por sus cualidades y otras porque llaman la atención de manera desproporcionada. Con esas da gusto estar y con estas aguantamos hasta donde podemos y si nos cansamos de ellas nos retiramos lo más discreta y rápidamente posible. Por norma, las personas que saben estar tienen las ideas claras y saben sobradamente qué es lo que quieren en la vida, sabiendo mantenerse fieles a lo que han aprendido y en lo que creen. Son personas que desde su autenticidad tienen firmeza y determinación en lo que ponen en práctica pues desde la clarividencia transmiten esa seguridad y el rumbo, no solo en su vida sino también en la de quienes les rodean. Ten por seguro que la responsabilidad a ellos confiada saldrá bien, hacia delante, pues son buenos líderes que dan lo mejor de sí y sacan lo mejor de si también para los demás.
Saber estar y saber qué hacer van juntos de la mano. Es vital saber mantener la calma ante los cambios, incluso si llegan por sorpresa, porque así se transmite seguridad en los demás y se es punto de estabilidad ante el revuelo que se forma por la sorpresa en el entorno en el que vives y te mueves. Siempre lo nuevo crea expectación y miedo, parece como si todo se tambalease, y rehusamos los cambios, pues preferimos lo conocido antes que lo desconocido.
Ante lo nuevo es importante seguir la norma del “Ver, Juzgar y Actuar”. Con prudencia se ve lo que llega, la novedad en la que te has incorporado; con mucho discernimiento se van encajando los cambios de la mejor manera posible y uno intenta acomodarse sin bajar los listones de exigencia y autenticidad que se tienen. Hay que mantenerse fieles a la enseñanza recibida, como lo hicieron los apóstoles a la hora de transmitir el Evangelio, y sobre todo hay que saber cuidar el tesoro que nos han dejado entre las manos para que así vivamos felices, nos sintamos realizados y sigamos caminando siendo verdaderos cristianos.
Si queremos sentirnos realizados con lo que hacemos tenemos que hacer todo lo que está en nuestra mano para adherirnos al proyecto y llegar a interiorizarlo en nuestro corazón. No podemos hacerlo por obligación, pues al final terminaremos quemados y cansados porque no lo sentimos parte de nuestra vida. Esta es la diferencia entre lo vocacional y lo que es puro trabajo u obligación. Que lo vocacional sea la norma de tu vida, para que así sientas cómo el Señor está contigo y camina a tu lado. Dios quiere darte esa certeza que te ayude a dar lo mejor de ti y a saber contagiarlo a los demás. No mires nunca el tiempo. Las cosas de Dios no entienden de tiempo, sólo de corazón, de compromiso y de entrega. Tampoco entiende de cantidad; no puedes cuantificar el esfuerzo, sólo el amor que pones en todo lo que realizas, pues llenar de amor los corazones es la mayor de las experiencias que podemos tener como creyentes.
Que sepas estar siempre a la altura de lo que Dios espera de ti; que tus compromisos en la vida te hagan mantenerte siempre fiel al Evangelio, para así sentirte unido a todos los que comparten los mismos ideales que tú, y parte de la gran historia de la humanidad, dentro de la Iglesia. Recemos los unos por los otros para que como dice el apóstol San Pablo «oremos para que la palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada para que nos veamos libres de la gente perversa y malvada, porque la fe no es de todos» (2 Tes 3, 1-2), «porque muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mt 22, 14).Desde nuestra libertad todos estamos llamados a cuidar nuestra fe, nuestra espiritualidad, nuestros compromisos y nuestra entrega en todo lo que hacemos. Mantenernos fiel o dejarnos llevar por el mundo es la continua diatriba en la que nos movemos. Que la fidelidad a tus raíces sea lo que te lleve a mantenerte cerca de Dios. Que le Señor te ayude.