Todos necesitamos el perdón en nuestra vida; perdonar y ser perdonados. Nos hace mucho bien porque nos libera y nos permite hacer más grande nuestro corazón. Hay veces que nos cuesta demasiado trabajo pedir perdón a las personas que hemos ofendido. El orgullo nos hace un flaco favor, porque nos endurece y crea distancias aparentemente insalvables con los demás. No te dejes llevar por él, pues a la larga te hace bastante daño y no te deja vivir desde el espíritu de la humildad y sencillez que te pide Jesús en el Evangelio. Si de verdad quieres llegar a amar de verdad, sé capaz de perdonar.
Por experiencia sabemos que si no hay oración, no hay fe, se muere, la terminamos perdiendo y dar testimonio y razón de nuestra fe, deja de tener sentido. De hecho cuando solemos confesarnos una de las cosas que siempre decimos es que no rezamos lo suficiente, que descuidamos la oración. Es cierto que es una limitación y una pobreza, pero que cobra su sentido cuando somos capaces de ponernos en las manos de Dios y constatar en primera persona el amor que nos tiene, a través del perdón que nos regala cuando somos absueltos en el sacramento. La oración ha de tener sus consecuencias en nuestra capacidad de perdonar, porque nos permite dar ese paso de ir al encuentro del otro y reconocer nuestra falta, lo que hemos podido hacer mal, y ser capaz de poner en las manos del otro la capacidad de perdonarnos, haciéndonos pequeños para ser grandes en la humildad. Así lo dice Jesús: «Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas» (Mc 11, 25). Necesitas tener el corazón limpio y dócil para que la gracia de Dios siga actuando en tu vida.
Humanamente no es fácil darse cuenta de que uno se ha equivocado. Muchas personas piensan que es síntoma de debilidad, de pensar que no te toca a ti dar el primer paso y acercarte a pedir perdón. Reconocer que has podido hacer daño a una persona con tus acciones o palabras y acercarte a ella a manifestárselo es un síntoma hermoso de empatía y de saber ponerte en el lugar del otro, intentando ser consciente de los sentimientos que has podido provocar en esa persona. Por otro lado, es ser responsable y asumir lo que ha ocurrido. Al acercarte al otro estás transmitiéndole confianza porque reflejas madurez y la conciencia suficiente del daño que has podido causar, y esto a todos nos gusta, que se pongan en nuestra piel. Tener la voluntad necesaria para corregir las situaciones es dar y hacer importante al otro, ya que a todos nos gusta que nos traten bien. Y, por último, pedir perdón es un acto de valentía porque nos hace perder el miedo y te presentas delante del otro dispuesto a dejarte ayudar para crecer y evolucionar como persona y como cristiano.
Si quieres pedir perdón sé sincero, no te dejes llevar por las apariencias o falsedades, y hazlo de corazón. No tengas reparo en mostrar tus emociones a los demás; no creas que es síntoma de debilidad, más bien es una donación al otro, porque estás haciendo un gesto humilde al ponerte delante de él, para recibir su perdón. Pide perdón con claridad, no divagues. Si quieres estar en la piel del otro sé consciente de todo lo bueno que hay en ti. Procura reparar el daño que has ocasionado para que tus actos sean cada vez más responsables, para que tus sentimientos actúen en solidaridad con los sentimientos del otro. Si no quieres que te juzguen, no juzgues, no te dejes llevar por el cumplimiento, sino ten la valentía de asumir las consecuencias de tus actos y de tener que pedir perdón a los otros. Hazlo con naturalidad, cuanta mayor sea mejor para todos, porque aparte de dar normalidad a las situaciones te hace más especial, al vivirlo como una faceta más de tu vida que sabes que siempre estará esperando para caminar. Pide perdón y llénate del amor de Dios.