Hay veces que las cosas no salen como lo esperabas y eso te produce una gran frustración. Intentas que todo vaya bien, pones lo mejor de ti con todas tus fuerzas, con tus mejores intenciones y toda tu alma y todo se descabala. Sabes de la importancia de tener paciencia, fe y esperanza; pero no es fácil ni aceptar ni asumir en el momento del fracaso.
«Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; cuenta con él cuando actúes, y él te facilitará las cosas; no te las des de sabio, teme al Señor y evita el mal: será salud para tu cuerpo, medicina para tus huesos» (Prov 3, 5-8). A veces, nuestras razones nos pueden jugar malas pasadas, puesto que la realidad o lo que nosotros pensábamos que era no se corresponde con la experiencia vivida. Aflora la impotencia y los nervios los tienes más a flor de piel; empiezas a tener una tormenta de pensamientos difíciles de controlar que te hace ver la vida de una manera bastante negativa, es más, hasta llegas a pensar que Dios te ha abandonado y que no quiere saber nada de ti. En ese momento, es importante serenarse y pensar que tu realidad igual no es lo que tú crees, porque hasta tus sentimientos te pueden jugar una mala pasada. Procura marcar distancia contigo mismo, para que puedas ver tu vida desde “un poco más allá”. Ten en cuenta que las comparaciones, y más desde la impotencia que puedas sentir, no te van a hacer ningún bien, incluso te puede llegar a generar resentimiento hacia el Señor y los demás. Por eso no te compares con nadie y mira qué puedes hacer tú con las cualidades y dones que tienes a tu disposición. Es el momento de avanzar y de cambiar tus tendencias personales. Si no sabes cómo, es importante dejarte hacer por el Jesús, que está deseando ayudarte.
Los éxitos y los méritos no son tuyos. A pesar de estos, la vida está llena de dificultades y de problemas que queramos o no los tenemos que afrontar con la confianza de que Dios está con nosotros y no nos deja solos. Él siempre tiene un plan perfecto para nuestra vida. Dice el Señor: «Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis e iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte.» (Jer 29, 11-14). Que estas palabras te llenen de paz interior, para que tu vida siga siendo fecunda en frutos. A veces pensamos en desistir, pero Dios nos alienta a seguir caminando sin escatimar esfuerzos, para que miremos nuestro porvenir con esperanza, descubriendo con gozo las nuevas oportunidades que se nos presentan a lo largo del camino. Da todo lo que tienes guardado en tu interior. No te dejes nada; pero no lo hagas esperando conseguir un propósito, una meta…; hazlo de una manera totalmente desinteresada, poniendo todo tu amor en lo que haces y concentrando ahí toda tu oración, como si fuese lo único que puedes y sabes hacer; reviste esa acción de todo el amor que tienes en tu corazón para que tu entrega sea total, y así poder encontrarte con el Señor en ese preciso instante en el que estás centrado en donarte por completo al Señor. Él se hará presente y todo cambiará en ti.
Dios es fiel y no falla a su palabra. Si ha dicho que sabe lo que piensa hacer con nosotros hay que confiar, porque todo lo que viene de Él nunca va a ser malo, siempre quiere nuestra felicidad y que tengamos vida en abundancia. Para llegar a la tierra prometida el pueblo de Israel tuvo que pasar por el desierto y allí ver cómo Dios le mandaba el maná para no morir de hambre y sacó agua de una piedra en el desierto para no morir de sed. Quizás sientas que estás al límite, que todo es oscuridad. Confía, en las manos de Dios es donde mejor estás, porque nunca falla ni abandona. Eres su hijo y te cuida.