Dios te ha elegido para que seas su discípulo, su enviado. Piensa qué es lo que te impide ser tú mismo y actuar en el nombre del Señor. Las principales trabas que ponemos a Dios en nuestra vida son fruto de nuestros miedos, inseguridades y falsos respetos humanos, que no nos permiten darle al Señor lo mejor de nosotros mismos. Son muchas las veces que nos quedamos con ganas de darle y de entregarnos más a Él, porque sabemos que, en nuestra vida de fe, aún tenemos mucho margen de mejora. No tengas ningún miedo a dejarte tocar por el Señor. Es apuesta segura y ningún esfuerzo que hagas por Él quedará sin recompensa. Tenlo claro y cuéntale todo lo que te ocurre con toda la sinceridad tu corazón. No te guardes nada porque te está esperando en el monte Tabor. No hay que irse a buscarlo muy lejos. Basta con ir al Sagrario y estar allí en silencio, contemplando la maravilla más hermosa que puedes tener ante tus ojos. Aquí no se trata de que seas tú quien mire, sino que te dejes mirar por Jesús que quiere entregarte todo su amor para que desbordes, para que te sientas anonadado y sobrecogido ante tanta grandeza, ante el amor más puro y auténtico que puedes llegar a sentir en tu vida. Serás consciente, entonces, de que el tiempo ya no importa, porque tu alma se funde con la de Dios, y querrás que todo se pare para disfrutar y saborear ese momento único e irrepetible, siendo a la vez consciente de que, a pesar de tus miserias, Dios quiere ayudarte a transformarlas para que madures en tu fe y cada encuentro con Jesús esté lleno de vida.
Es muy fácil y tentador quedarse parado, esperando que sean otros los que tomen la iniciativa para que tu entorno se transforme y cambie. Recuerda que, a veces, caemos en la tentación de mirar lo que los demás hacen y de asegurarnos si la empresa puede ser buena o no, para plantearnos nuestro compromiso personal. Lo que es de todos, no es de nadie; lo que tenemos que cuidar entre todos, no lo cuida nadie, porque no vas a ser tú el único que trabaje y los demás se aprovechen de tu esfuerzo. Que todo revierta en ti. El altruismo que Jesús nos enseña en el Evangelio nace de esta actitud de servicio y de entrega, donde no se miden los esfuerzos ni los resultados; lo que cuenta es el amor que pones en todo lo que haces y lo que ayudas a quienes te rodean. Así es como la fe se enriquece y como te conviertes en luz para los demás, sin esperarlo ni desearlo. Quien brilla a través tuyo es el Señor, que «ha venido a dar la vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28), que se hace presente a través de tu alegría, felicidad, entrega, pasión, servicio…, y quienes te rodean comenzarán a cuestionarse qué es lo que te ocurre y te hace estar así de feliz. Solo Dios es capaz de llegar a transformar los corazones de esta manera. Deja que su luz te envuelva para que en todo momento puedas irradiar al Señor.
Si Jesús se ha fijado en ti y ha tocado tu corazón, no le niegues tu amistad ni tu entrega. Lánzate al maravilloso proyecto de hacer realidad el Evangelio, teniendo a Dios presente en tu vida en todo momento. Eres un privilegiado por tu generosidad hacia Dios, porque todo lo que estás viviendo y sintiendo por Cristo, que antes no sentías, te está haciendo descubrir un sentido totalmente distinto de la vida, que antes se te escapaba. Es cierto que los problemas son los mismos; las personas tienen sus mismas debilidades y manías; las actitudes de los hombres no cambian; la sociedad del consumo nos sigue hablando de la zona de confort con toda la fuerza y convencimiento que tiene, para envolverte y acallar tu conciencia; pero tu punto de mira ha cambiado por completo, al dejar entrar a Cristo en tu corazón. Lo que Jesucristo te hace sentir y experimentar no tiene punto de comparación con nada de lo que te rodea; te ilusiona de una manera totalmente distinta, te invita a ser altavoz suyo anunciando a todos lo bueno que ha sido para tu vida el encuentro con Él. Ser realmente consciente del mundo que te abre Jesucristo y la multitud de vivencias que te permite compartir te lleva a anunciarlo y a invitar a todos los que se cruzan en tu camino a que tengan tu misma experiencia para que se sientan igual que tú. Esta es la alegría de la fe. No te la quedes para ti y transmite a Cristo vivo y resucitado a los demás. Sé un discípulo alegre.