Ante las dificultades surge rápidamente la tentación de abandonar, de dejarlo todo, para así pasar cuanto antes el problema y la situación problemática en la que nos vemos envueltos. No nos gusta sufrir ni tener que pasarlo mal, pero sabemos que esto no lo podemos elegir en la vida. Estas situaciones nos vienen y hemos de estar preparados para afrontarlas. A veces podemos esquivarlas, otras en cambio nos vienen por sorpresa y no tenemos más remedio que vivirlas. La fe está para ayudarte a avanzar, nunca para retroceder. Pensar que Dios es el culpable de tu sufrimiento y de tu dolor es dejarte llevar por el tentador que quiere debilitarte y convertirte en su nueva víctima, porque hiela tu corazón y lo endurece para cerrarse a cualquier acción del Señor en tu vida. No le des esa alegría tan grande al demonio, que quiere alejarte de Dios e insensibilizarte por completo. Perder el espíritu y la fe es entrar en su juego, en su dinámica de odio a Dios, donde solo buscas culpables para poder superar tu dolor.
Ante el sufrimiento y el dolor no se trata de buscar culpables, se trata de avanzar. Buscar culpables significa estar continuamente mirando atrás, repasando continuamente lo ocurrido y tratando de averiguar quién o qué es el responsable de tu dolor. No te quedes parado en estas situaciones, trata de avanzar y caminar hacia delante, buscando una nueva dirección que te ayude a madurar, a ser más persona y más creyente, sabiendo que Dios se sirve de todo para tocar nuestro corazón y convertirlo en un corazón de carne, que siente, vive, ama y es capaz de perdonar. Si algo te va a permitir vivir en paz y en calma es tu capacidad de perdón y de reconciliarte con tu vida. Son fundamentales estas dos actitudes de perdonar y reconciliarte con todo lo que te acontece. Te ayudará a encontrar la serenidad y a ser capaz de vivir desde Dios toda tu vida. No ahondes en tus heridas, deja que cicatricen para que puedas seguir a Jesús con toda la tranquilidad del mundo. Quien camina herido corre el riesgo de que la herida sangre, y por momentos puedes perder de vista la presencia de Dios, que sin duda alguna te hará desesperar y sentir la frialdad en tu corazón.
Jesús ha venido para hacernos libres y así nos lo presenta Juan el Bautista: “Este es el Cordero De Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Ha venido para quitarnos todo sentimiento de culpa, todo peso de encima, para que lo podamos seguir. Andrés y Juan seguían a Juan el Bautista porque sus palabras daban calor a su corazón. Juan el Bautista les dijo que Cristo era el Cordero al que tenían que seguir y ellos fueron a encontrarse con Jesús y le siguieron. No se hicieron un problema con Juan, no se sintieron decepcionados porque tuvieron que cambiar de maestro. Al contrario, su vida se llenó de mayor sentido y tal fue la alegría del encuentro con Jesús que rápidamente lo hicieron partícipes a sus hermanos, Pedro y Santiago, respectivamente. ¡Qué grande fue Juan el Bautista! No tuvo celos de Jesús, al contrario, le amó desde el principio porque tuvo clara la misión que Dios le había encomendado: “Preparar el camino a Jesús” (Lc 3, 1-6).
Ponte a los pies de Jesús como María (cf Lc 10, 38-42) para escuchar todo lo que tiene que decirte Jesús. El Señor Jesús siempre nos está hablando. No busques tareas como Marta, para no pararte y escucharle. Es siempre la excusa que tenemos para presentarle a Dios: “Tengo muchas cosas que hacer, no tengo tiempo suficiente”. Sé como María, que se ha puesto a los pies del Maestro, para escucharle, para contemplarle cara a cara y acoger en su corazón todas las palabras que salen de su boca. Así es el encuentro con Jesús: te ayudará a saber qué es lo importante y fundamental en tu vida, y a no ponerle ninguna condición. El activismo mata tu alma; por eso es importante que te centres en Jesús, que el centro de tu vida sea Cristo, para que sepas discernir cuándo tienes que pararte y dedicarle toda tu atención al Señor. No sirve rezar mientras realizas otras cosas, esto sólo te servirá para auto-engañarte. Con el Señor no se trata de cumplir ni cubrir expediente. A Él no le engañas. Dios te quiere por entero, no a medias. Por eso si quieres seguirle de verdad, has de coger la cruz. Coge tu cruz, tu vida y síguelo.