Tarde o temprano en nuestra vida tenemos que tomar decisiones que nos provocan intranquilidad, inseguridad y miedo de saber si lo que estamos decidiendo es lo más conveniente o no para nuestra vida. Le solemos pedir al Señor que nos hable y nos haga ver claro qué es lo correcto. La incertidumbre nos suele atenazar y nos provoca mucha angustia en el momento de tomar decisiones. Es una sensación que se nos escapa de nuestro control y nos quita la paz; hace que todo se nos tambalee y que no dejemos de dar vueltas en la cabeza a lo que estamos viviendo. Tantas preguntas impiden que cuando nos ponemos en oración veamos con claridad qué es lo que tenemos que hacer y cómo Dios nos está hablando. Por eso en los momentos en los que te encuentres en tu encrucijada personal busca silencio en tu alma y tu corazón, para poder escuchar claramente lo que Dios te está diciendo.
Saber escuchar a Dios es un arte y hemos de estar en sintonía con Él. Escuchar a Dios es tener voluntad de ponerse a su disposición,donde tu voluntad cuenta, pero no es la primera; el primero será el Señor que te ayudará a decidirte y actuar de una manera distinta, no como tú crees, sino a su manera. No hay seguridades, ni planes programados, porque “el viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que ha nacido del Espíritu” (cf Jn 3,8). Así es como actúa Dios, sorprendiéndonos en todo momento, sin saber cómo nos vienen las cosas, sin esperarlas en muchas ocasiones y sin capacidad de reacción. Pero es que Dios habla muchas veces así, rompiéndonos los esquemas que con tanto esfuerzo nos hemos construido, para darnos seguridades, y Él de un soplo romperlos y revolucionarnos para hacer que todo cambie en nuestra vida, aun cuando ni siquiera nos viene bien.
Dios te está hablando en ese desconcierto personal en el que te puedes ver inmenso, porque te está diciendo que saltes, que te dejes llevar y que te fíes de Él. A veces tantas preguntas que nos hacemos ante estas situaciones impiden que hagamos silencio en el alma y en el corazón y no escuchemos con claridad lo que nos está diciendo. A menudo, la frecuencia que tenemos sintonizada en nuestra vida no es la misma que la de Dios, y por eso tenemos problemas para escuchar lo que Dios nos está diciendo. No pienses nunca que Dios no quiere hablar contigo, Él es el Padre Bueno que está deseando tenerte en sus brazos para amarte y que tú te sientas la persona más afortunada del mundo por estar con Él. Y cuando te sientas así, abrazado por el Señor, deja que tu corazón lata al lado del suyo, para sentir esa emoción, que los hombres tanto necesitamos, para sentirnos más seguros porque percibimos la vida que Dios nos quiere seguir transmitiendo.
Y no se te olvide pararte a escuchar lo que Dios te está susurrando. Estamos tan acostumbrados a querer ver las cosas tan claras y que nos las digan tan alto, que nos hemos olvidado del susurro de Dios, que nos pide que utilicemos los oídos del espíritu y del alma para estar en esta sintonía perfecta y escuchar con nitidez. Y falta desarrollar la última actitud necesaria de la “escucha”: la obediencia al Señor. Poner en práctica la Palabra de Dios que te dirige, con fidelidad, sin acomodarla a tu vida, a tus intereses personales. La Palabra de Dios es para el Bien Común, para los demás, para el compromiso y la entrega. Y este dar la vida es lo que Jesús siempre nos está pidiendo: “no he venido a ser servido, sino a servir y dar mi vida en rescate por muchos” (cf Mt 20,28). Este es el ejemplo que debemos poner en práctica siempre. Servir a los demás y donar tu vida a los demás para que encuentren a Jesucristo. Este es tu testimonio personal que puedes ofrecer a los que te rodean después de escuchar claramente lo que el Señor te pide. No te canses de repetirlo nunca: “Señor, quiero escucharte para hacer tu voluntad”.