Fijaos cómo crecen los lirios, no se fatigan ni hilan; pues os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos (Lc 12, 27)
Todos tenemos nuestro punto de orgullo y de soberbia que hace que queramos quedar muchas veces por encima de los demás. Para combatir estas actitudes que no nos hacen ningún bien tenemos la humildad y la sencillez. Dice el apóstol San Pablo: «Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviven, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada cual» (Rom 12, 3). Podemos decir que ser humilde es pensar sobre uno mismo con moderación. Aparentemente puede ser fácil. Ser humilde es ser realista a la hora de percibirte a ti mismo. Reconoces tus fortalezas y también tus propias debilidades; conoces tus virtudes pero también tus defectos y limitaciones. Todo lo que esté tanto por encima como por debajo de esta percepción propia podemos decir que es orgullo.
La humildad nos lleva a ser honestos con nosotros mismos. Podemos demostrar nuestros dones y virtudes sin necesidad de ser orgullosos y siempre con una actitud interna: ponernos al servicio de los demás, sin necesidad de jactarnos de ello.
Un ejemplo lo tenemos en el evangelio de San Lucas:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido» (Lc 14, 8-11)
La persona que se sienta en el primer puesto es quien se cree invitado de honor y creo que el hecho de que lo seas, no da lugar a que te jactes de ello, porque la humildad da lugar a la discreción. Lo dice el libro de los proverbios: «El hombre prudente oculta su conocimiento, pero el corazón de los necios proclama su necedad» (Prov 12, 23).
Pero ojo, porque también hay un riesgo con quienes pueden tener un concepto bajo sobre sí mismo, pues al creerse que no son dignas, también pueden mostrar una falsa humildad, buscando también atenciones, quejándose, mostrándose tristes, decepcionados o deprimidos.
Podemos decir que ser humilde es ser honesto sobre quien eres, por eso uno de los primeros pasos que hay que dar para ser humilde es conocerte a ti mismo.
Sigamos el ejemplo de Jesús, que no iba alardeando de ser el Hijo de Dios ni lo ocultaba tampoco. Cuando le preguntaban, Él contestaba: «Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.»(Jn 14, 5-6). Jesús contesta porque es Tomás quien le pregunta primero. Siempre es así.
Por eso ser humilde se demuestra cuando respondes con honestidad sobre ti mismo cuando te preguntan y no cuando vas contando tus dones, pues la manera en la que vives ya muestra lo que eres.
Para mí el mayor ejemplo de humildad lo da Jesús en la Cruz, porque siendo Dios, se hace hombre y se pone en nuestras manos de barro, sabiendo que se van a romper de nuevo y cada vez las reconstruye para estar con nosotros.