SESIÓN 7 – TIEMPO ORDINARIO
- OBJETIVOS
- Descubrir el 7 Mandamiento de la Ley de Dios: “No robarás”.
- Dios ha puesto todos los bienes de la tierra al servicio de los hombres.
- Jesús nos ha enseñado a compartir lo que tenemos y a no poner el corazón en las cosas materiales.
- DESARROLLO
PRIMER MOMENTO
RUTINA
- Oración en la Capilla
SEGUNDO MOMENTO
- Reunión por grupos
- Leemos los mandamientos de la página 154 del Catecismo.
- No robarás
- Vemos el video sobre el séptimo Mandamiento: “No robarás”.
- Comentamos el video con los niños en el grupo.
- Leemos los dos primeros párrafos de la página 98 del Catecismo:
- Jesús nos dice en el Evangelio que tenemos que amar y tratar a los demás conforme queremos que nos traten a nosotros mismos.
- Tenemos que respetar los bienes de los demás y por eso no podemos robarlos, sino respetarlos siempre.
- El respeto a los bienes de los demás es una norma básica de convivencia y solidaridad. El séptimo Mandamiento: No robarás, nos pide que respetemos a las personas y a sus bienes cuidando de todos los seres de la Creación.
- Tenemos que respetar los bienes de los demás.
- ¿Quién no respeta estos mandamientos?
- El que roba o ayuda a robar.
- Quien no devuelve lo que le han prestado.
- Quien destruye los bienes de uso común: (bancos, papeleras, pupitres, sillas…)
- El que no trabaja como debe.
- Quien no paga los impuestos.
- El que tiene envidia de lo que otros tienen.
- El que desea apropiarse de lo que otros tienen.
- No todos los bienes están repartidos y esto provoca desigualdad entre las personas. Jesús quiere que todas las personas con bienes los compartan con los que no lo tienen.
- Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro: Lc 16, 19-31.
- El séptimo mandamiento nos manda:
- Respetar los bienes ajenos.
- Vivir la justicia.
- Compartir lo nuestro con los más necesitados.
- Cuento: Un agujerito en la luna.
Cuenta una antigua leyenda que en una época de gran calor la gran montaña nevada perdió su manto de nieve, y con él toda su alegría. Sus riachuelos se secaban, sus pinos se morían, y la montaña se cubrió de una triste roca gris. La Luna, entonces siempre llena y brillante, quiso ayudar a su buena amiga. Y como tenía mucho corazón, pero muy poco cerebro, no se le ocurrió otra cosa que hacer un agujero en su base y soplar suave, para que una pequeña parte del mágico polvo blanco que le daba su brillo cayera sobre la montaña en forma de nieve suave.
Una vez abierto, nadie alcanzaba a tapar ese agujero. Pero a la Luna no le importó. Siguió soplando y, tras varias noches vaciándose, perdió todo su polvo blanco. Sin él estaba tan vacía que parecía invisible, y las noches se volvieron completamente oscuras y tristes. La montaña, apenada, quiso devolver la nieve a su amiga. Pero, como era imposible hacer que nevase hacia arriba, se incendió por dentro hasta convertirse en un volcán. Su fuego transformó la nieve en un denso humo blanco que subió hasta la luna, rellenándola un poquito cada noche, hasta que esta se volvió a ver completamente redonda y brillante. Pero cuando la nieve se acabó, y con ella el humo, el agujero seguía abierto en la Luna, obligada de nuevo a compartir su magia hasta vaciarse por completo.
Viajaba con la esperanza de encontrar otra montaña dispuesta a convertirse en volcán, cuando descubrió un pueblo que necesitaba urgentemente su magia. No tuvo fuerzas para frenar su generoso corazón, y sopló sobre ellos, llenándolos de felicidad hasta apagarse ella misma. Parecía que la Luna no volvería a brillar, pero, al igual que la montaña, el agradecido pueblo también encontró la forma de hacer nevar hacia arriba. Igual que hicieron los siguientes, y los siguientes, y los siguientes…
Y así, cada mes, la Luna se reparte generosamente por el mundo hasta desaparecer, sabiendo que en unos pocos días sus amigos hallarán la forma de volver a llenarla de luz.
- Comentario del cuento.
- Repasamos los Diez Mandamientos en la página 154 del Catecismo.
PADRE NUESTRO