Por nuestra propia naturaleza tenemos altibajos en nuestros estados de ánimo. Hay días que nos comemos el mundo y otros en los que parece que no tenemos ganas de vivir. La oración es la mejor medicina que tenemos para mantener ese equilibrio que nos permita afrontar cada momento de nuestro día a día, y no dejarnos llevar por un momento de “ira instantánea” que nos quita la paz ni por un momento de “euforia efímera” que nos hace ver todo con un optimismo (diría yo) exagerado.
La oración es el medio que tenemos para encontrarnos con Dios y para vivir con paz. Nos ayuda a superar las dificultades y a vivir con agradecimiento las alegrías de nuestra vida.
La oración nos ayuda a confiar mucho más en Cristo y a sabernos instrumentos en sus manos. No te preocupes por recoger lo que siembras, siembra y confía. Esto es ser discípulo y mensajero en el nombre del Señor.
Cuando confiamos en Dios, todo cambia. Lo negativo, las miserias del mundo, de los demás y los propios no minan nuestras esperanzas, ánimos y ganas de seguir entregándonos. Somos capaces de caminar contracorriente y perseverar en la misión que como bautizados tenemos: compartir nuestra experiencia del encuentro con Cristo.
No te preocupes por recoger lo que siembras. Siembra y siembra. Y da gracias a Dios por todos aquellos que han sembrado antes que tú, no han visto el fruto de su siembra, y confiaron en Dios sabiendo que alguien recogería ese fruto.
“Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo” (2 Tes 3, 5).