Solemos tener malas costumbres y malos hábitos en nuestra vida. Algunos nos cuestan bastante trabajo de erradicar, quizás por actitudes que tenemos que no están del todo bien, quizás porque no creemos lo suficientemente en nuestras propias posibilidades de mejorar. Hay veces que nos abandonamos y nos cuesta la misma vida salir de la inercia o de los círculos viciosos en los que nos sumergimos y casi sin darnos cuenta vamos debilitando nuestra fuerza de voluntad y la esperanza de cambiar dando manga ancha a lo cómodo, placentero e inmediato.
Nuestra vida de fe nos invita a abandonar estas malas costumbres y hábitos porque minan nuestra capacidad espiritual. Es el pecado el peor mal que podemos cometer, porque ofendemos a Dios, al hermano y a nosotros mismos. Por eso es importante buscar caminos y medios que nos ayuden a apartarnos del pecado, y sobre todo, a situarnos en la senda correcta que nos ayude a mantener firme nuestra espiritualidad dándole la importancia que se merece a la vida de ascesis y al sacrificio, del que muchas veces huimos. Como creyentes somos nosotros quien tenemos que asumir nuestro pecado, las faltas que cometemos. Todo lo que realizamos tiene su consecuencia y hemos de estar dispuestos a asumir las consecuencias de nuestro propio pecado. Nuestras conductas son cosa nuestra, fruto de la elección en libertad que realizamos. Todos somos libres para tomar decisiones y para vivir de una manera determinada. Las elecciones que realizamos tienen influencia en nuestra vida, unas a largo plazo, otras a corto, con lo cual hemos de ser consecuentes con lo que vivimos, siendo sabedores de que tenemos que decidir con buen discernimiento para que todo lo que acontezca en nuestra vida sea para bien nuestro y de los demás.
Para ello contamos con la Gracia que nos concede el Espíritu Santo. El Espíritu habita en nosotros y por eso no hemos de temer nada si lo hacemos desde su presencia. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rom 8, 31), son las palabras que nos dice también a nosotros el apóstol san Pablo, que nos alientan para que nos sintamos seguros en el Señor y nos anclemos definitivamente en Él, ya que con Dios a nuestro lado todo es más fácil y nos hace mucho bien. Déjate hacer por el Señor, porque con su ayuda podrás erradicar de tu vida cualquier mala conducta, actitud o vicio que te impiden estar totalmente cerca de Él.
Si quieres erradicar de tu vida las malas costumbres y hábitos sé capaz de controlar tu mente y tu pensamiento. Sé consciente de que la primera tentación viene a tu mente, donde la piensas y la conviertes en deseo, y es entonces cuando estás preparado para ejecutar la acción y cometer el pecado. Conocerse a sí mismo es fundamental para cambiar esta inercia y renovar nuestra mente, así lo dice el apóstol san Pablo: «No os amoldéis a este mundo, sino transformaos en la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12, 2). Cuanta mayor sea la renovación de nuestra mente y pensamiento, mayores frutos daremos en nuestra vida y mejor comprenderemos qué es lo que el Señor nos está pidiendo.
Cambia de vida para que no vuelvas a lo pasado y tus hábitos sean distintos. Es un peligro dejarse llevar por las tentaciones de la carne y por la comodidad. Evita con todas tus fuerzas ponerte en situación de tentación, para que no te veas expuesto. Reza con mucha fe y devoción, para que te sientas fortalecido y responsable de la misión que Dios nos ha encomendado. Así aprenderás las buenas costumbres, que te ayudarán a vivir más cerca a Jesús sirviéndole con tu persona y amándole con todo tu corazón. Siempre buenas costumbres y buenos hábitos para llegar al corazón del Señor.