La palabra ilusión tiene dos significados casi antagónicos según la RAE:
- Primero de “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos”.
- Segundo de “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.”.
Hay muchas veces donde escuchamos a la gente que nos rodea que “ha perdido la ilusión”, e incluso a nosotros mismos nos puede ocurrir el vernos sin ella. Y lo vemos todo negativo o hasta sin salida. Este no es el camino. La ilusión es el envoltorio de la felicidad, que está dentro y que nos lanza a la plenitud.
No caigamos en el tópico que dice que “de ilusión también se vive”, porque seríamos ilusos, dejando que nuestra felicidad no dependa de nuestra vida real sino de lo que esperamos o anhelamos.
Nuestra vida está llena de oportunidades, muchas veces disfrazada de obstáculos, y gracias a la capacidad que tenemos de soñar y de luchar por nuestros sueños, superamos las dificultades y llegamos a alcanzar nuestros propósitos.
Jesucristo nos enseña a tener los pies en la tierra y a no construirnos castillos en el aire. Quiere que pensemos en Él, que lo amemos, que hablemos de Él, que vivamos el Evangelio totalmente entregados, con la ilusión de creer y saber que vamos a cambiar el mundo. Así es el Reino de Dios, muchos dicen que es una utopía, pero yo no estoy de acuerdo. El Reino de Dios es real y nosotros lo construimos cuando somos capaces de sacar lo mejor que tenemos dentro: toda nuestra bondad, amor, generosidad, ternura, dedicación…
No podemos fantasear soñando, lo dice el libro del Eclesiastés: «Donde abundan los sueños, abundan las vanas ilusiones y la palabrería. Pero tú teme a Dios» (Ecl 5, 6). Verdaderamente la Palabra de Dios es sabia, no podemos dejar de temer a Dios, de procurar no ofenderle con nuestras actitudes, acciones y palabras. Porque entonces nos alejamos de Él. Ninguno queremos que nuestras palabras se las lleve el viento, como tampoco queremos que nuestras acciones no se queden en el corazón de las personas. Tampoco queremos engañarnos a nosotros mismos y hacer cosas distintas a las que pensamos. Jesús nos llama a la coherencia y a que nuestras obras sean un reflejo del amor gratuito de Dios.
Que esta sea nuestra ilusión: «El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23, 11-12). Busquemos la coherencia en nuestra vida. En la ordenación diaconal se le dice: “Cree lo que lees, enseña lo que crees, practica lo que enseñas”. Una difícil pero apasionante tarea que se nos encomienda a todos los creyentes. De hecho Jesús es muy duro con los que buscan la apariencia y se olvidan del corazón. Por eso llama a los fariseos “sepulcros blanqueados” o “lobos con piel de cordero”. Por eso confiemos en Jesús y pidámosle que nos ayude a ilusionarnos y a vivir con esperanza.
Esta es la oportunidad que desde este día tienes: llenar tu vida de esperanza, compartir tu experiencia del encuentro con Cristo, transmitir la alegría que Él pone en tu corazón y en tu caminar, sentirte totalmente identificado con el proyecto de Cristo y así poder hacer realidad el Evangelio. Y podrás decir a todos: Vivo con ilusión porque Jesús me hace estar con los pies en la tierra, transformando el mundo, aportando mi granito de arena y amando a todos sin excepción. Siempre con ilusión.