Muchas son las personas que cuando hacen algo buscan que los demás los vean, quedar bien, ser reconocidos y dejar constancia de su participación. Además, cuentan con una gran habilidad para salir muy bien en la foto, saben buscarse el mejor lugar para ser vistos y para darle también la difusión necesaria para que se vea qué han hecho y cuándo han estado. Hemos de tener claros los fines por los cuales nos movemos en nuestros compromisos, pues cuando uno llega a su objetivo, el compromiso cesa y uno desaparece.
Si algo nos enseña Jesús es a dar la vida sin esperar nada a cambio. Cuando uno se compromete por opción de vida no mira los esfuerzos y en su interior está el hacerlo todo de manera altruista, sabiendo que tu compromiso por el Reino de Dios te lleva a dar la vida y a poner el corazón en todo lo que haces. Una persona que se entrega desinteresadamente y no busca ningún reconocimiento no le va a preocupar en ningún momento el salir en la foto para que todo el mundo le vea. Lo importante es que el Evangelio se pone en práctica y los demás se puedan encontrar con el Señor a través de lo que se vive y comparte.
Que el reconocimiento no te venga por parte de los demás, sino del Señor «que ve en lo secreto y te lo pagará» (Mt 6, 6). Es por quien debemos actuar y nunca por el propio beneficio. Esta es la gran tentación que habla de nuestra propia vulnerabilidad. Muchas son las veces en las que el hombre utiliza su posición, su poder, para sus propios beneficios, olvidándose del servicio para el que ha sido llamado. Como creyentes estamos llamados a entender nuestra vida como una misión, como un servicio a los demás, sin esperar nada a cambio. Esta debe ser la actitud que mueva nuestra vida para que podamos imitar a Jesucristo, que «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20, 28).
Quien entiende su vida como un servicio nunca va a buscar reconocimiento alguno, simplemente es feliz con servir y con cumplir con su misión. Así lo dice Jesús en el Evangelio: «Cuando hayáis hecho lo mandado, decir: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» (Lc 17, 10). No podemos perder nunca el norte ni la motivación de porqué hacemos las cosas. Cuando nos puede más el que nos reconozcan el mérito antes que servir de corazón en el silencio, denota por nuestra parte lo alejados que estamos del Señor en el corazón; porque la adulación y el reconocimiento por parte del entorno es lo que te hace sentir bien y te quedas tranquilo porque han visto que has cumplido.
Siéntete siervo y, además, siervo inútil, de los que no esperan nada, porque eso multiplicará gratamente tu experiencia de encuentro con Dios. Ama sin esperar que te amen, porque así es como seguirás recibiendo el ciento por uno y como te darás cuenta que merece la pena dar la vida por los demás, pues siempre encontrarás a una persona a la que le llega el amor con el que actúas. Esto es lo que necesita hoy nuestra sociedad: personas dispuestas a amar sin esperar ningún tipo de recompensa. Si lo haces desde Dios, Él se encargará de que recibas la mayor recompensa que nadie puede alcanzar: su amor y su paz que te llevan a la más absoluta de las realizaciones personales, pues tu fe se ve enriquecida y fortalecida por la acción de Dios, que no da puntada sin hilo y que siempre responde con generosidad a la disponibilidad y entrega de los corazones sinceros.
Nunca dejes de ser “siervo inútil” porque lo que quiere el Señor es que salgas en la verdadera foto, que es la que se guarda Él en lo escondido y es la que tiene el verdadero reconocimiento del amor y de la fe. No te dejes arrastrar por tantos que ven su vida a través de una pantalla, buscando inmortalizar siempre cada momento. Que todo lo que hagas deje una huella de amor y cariño en el otro y siéntete último y servidor de todos, para que muestres ese rostro del Dios sencillo y cercano que te dice lo mucho que te ama y lo especial que eres para Él.