Cuántas veces nos hemos visto comprometidos por nuestras palabras, por aquello que hemos dicho y que luego no hemos hecho. Habitualmente decimos que somos esclavos de nuestras propias palabras, pues lo que hoy criticamos y juzgamos, mañana quizás estamos realizando aquello que hemos censurado.
Hay acciones que realizamos día a día, que no están bien ni nos favorecen y a las que no les damos la importancia que se merecen, por ejemplo, cuando criticamos a alguien a sus espaldas con otras personas. Todos sabemos que criticar está mal, pero parece que como es habitual y todo el mundo lo hace, no luchamos contra ello. Tenemos que tener cuidado con los hábitos y las costumbres que vamos adquiriendo, pues algunas nos hacen bastante daño y nos debilitan en nuestra interioridad y espiritualidad. No podemos normalizarlas porque al final terminan atándonos y convirtiéndonos en esclavos de nuestras propias debilidades.
También podemos sentirnos atados a nuestro propio pasado, a los recuerdos, traumas, experiencias o relaciones que nos han marcado significativamente y que nos cuesta trabajo superar, pues han supuesto para nosotros una ruptura en la confianza, en el amor, en la amistad. No podemos ignorarlas ni aparcarlas, porque mientras no pensamos en ellas, seguimos con aparente normalidad, pero en cuanto vienen a nuestra mente, la herida interna que tenemos sigue sangrando. La manera de liberarse de estas ataduras es aceptándolas en nuestro interior con la ayuda de la oración y del abandono en las manos del Señor. No hay una fórmula mágica, sino que cada uno según su proceso de vida y en la profundidad de su fe tendrá mayor o menor facilidad para superarlo y pasar página en su vida.
Jesús lo dice en el Evangelio: «No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 19-21). Y es que Jesús te invita a ser prudente para que no pierdas el tiempo en lo banal y pasajero y pongas todas tus esperanzas y esfuerzos en estar con el Señor que te quiere totalmente libre y desprendido para que no tengas dificultades en seguirle.
¿Cuáles son tus tesoros? Jesús te pone en guardia para que estando atento no dejes de ser libre. Cuidado con la riqueza y sobre todo en poner tus esperanzas en ellas, porque pueden robarte el alma y vaciarte tu propia vida. Jesús también advierte de la vanidad, de buscar el prestigio y hacerse ver, como los fariseos y los doctores de la ley. La vanidad hace que te creas superior a los demás y que no tengas problemas en juzgar a los demás y verlos por debajo de ti. Y por último Jesús también advierte del orgullo y del poder, hacen que te olvides completamente de los que te rodean porque lo importante es conseguir tus objetivos personales por encima de todo, aunque sea a costa de aprovecharte de los demás.
Pídele a Jesús un corazón desprendido para que tu único tesoro sea tenerle a Él. Que tu oración llene tu vida de frutos de amor, servicio a los demás y paciencia porque son los verdaderos tesoros que hay que acumular en el cielo y te permitirán tener un corazón totalmente libre, desprendido de apegos y ataduras, sin ser esclavo de nada. Entonces no tendrás miedo a ir donde el Espíritu Santo te sugiera, porque has puesto tu corazón en Dios y es el mayor tesoro que podrás encontrar en la vida. Si lo has encontrado no dejes que nada ni nadie te lo quite, y por supuesto, no lo pierdas porque Él quiere estar siempre en tu corazón y llenarlo de felicidad. Sin ataduras.