Estamos tan desengañados y desencantados con el mundo que nos rodea que nos cuesta trabajo abrirnos de corazón. Quizás para no sufrir, quizás porque pensamos que no nos podemos fiar de los demás, pues parece que cada uno va a lo suyo. Creo que el individualismo que nos rodea y del cual somos partícipes en muchas ocasiones, va cerrando poco a poco nuestro corazón y sobre todo nos está apagando el deseo de lucha y de cambio tan necesario en nuestros días. Es necesario que salgamos de nuestro “encierro interior” y podamos así romper la desconfianza que merma nuestra capacidad de apertura y de entrega a los demás.
En otras ocasiones es la indiferencia ante los demás y ante las situaciones que nos rodean quien va haciendo que nos vayamos enfriando y endureciendo, pues vemos a los demás, pero actuamos como si no nos importaran, como si no existieran. A la vez conjugamos estas situaciones con momentos de inmensa ternura con nuestra familia y entorno, con quienes sí estamos dispuestos a dar la vida si fuera necesario y a implicarnos en lo que haga falta, porque los amamos de corazón.
¿Cómo podemos cambiar estas situaciones que nos aíslan y endurecen? Humildemente creo que, con nuestras obras, con todo lo que somos capaces de transmitir, cuando nuestras acciones y palabras salen desde el corazón. Creo que nuestro mundo está necesitado de personas que estén dispuestas a transmitir acompañando sus palabras con sus obras, y a la inversa. No podemos conformarnos sólo con dar una buena imagen a los demás y revestir nuestro testimonio con palabras que luego se contradicen con nuestra vida. A esto lo llamamos coherencia.
Cuando creemos lo que decimos y vivimos lo que pensamos, el mensaje que transmitimos sale desde el corazón, desde lo más profundo… y esto se nota, y los que están a nuestro alrededor también lo notan.
¿Y cómo lo expresamos? Yo creo que con nuestra cercanía a los demás, mostrándonos sensibles a sus necesidades, pero sobre todo transmitiendo y compartiendo lo que somos y tenemos con honestidad, sin guardarnos nada. Así nos lo muestra Jesús que se acercaba a los leprosos y los tocaba: «Extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio”» (Mt 8, 3); o con los pecadores, que se paraba a hablar con ellos, comía a su lado y los perdonaba: «Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”. Jesús lo oyó y les dijo: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores» (Mc 2, 16-17). Jesús nos muestra el camino, la cercanía hará que nos paremos a escuchar y que seamos conocedores de las necesidades reales de quienes nos rodean.
Esta es la parcela que Dios nos ha encomendado a cada uno, para que la trabajemos y cuidemos, especialmente a las personas, pues en ellas está el mismo Cristo pues«cada vez que lo hacemos con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hacéis» (Mt 25, 40).
No te preocupes por lo que recibes, preocúpate por lo que das. Así cambiarás los corazones de los hombres, pues todos verán que no actúas por ningún interés personal, sino solo con el deseo de servir,de transmitir y compartir con quien está a tu lado que lo haces por Dios y que esa parcela que Él te ha dado la estás cuidando y mimando en los hermanos. Y entonces Dios te dará el ciento por uno y harás realidad sus palabras: «No he venido a ser servido sino a servir» (Mt 20, 28). Sigue los pasos de Cristo. Imítale, actúa sin interés.